Serpientes y escaleras - ¿Dónde quieren la oposición?

En opinión de Eolo Pacheco

Serpientes y escaleras - ¿Dónde quieren la oposición?

 

Los partidos políticos tienen una función social que desde hace mucho no cumplen.

 

¿Dónde quieren la oposición?

Desde hace varios años la lógica en la política ha ido cambiando; los cánones, las reglas no escritas, el lenguaje, las señales y hasta las formas de actuar se modificaron, aunque el cambio no siempre ha sido positivo. Graco Ramírez instauró un estilo en donde la gubernatura se convirtió en un virreinato, los tres poderes del estado se sometieron al ejecutivo y la oposición partidista desapareció. Los resultados de ese nuevo modelo de convivencia en los pasillos del poder abrieron nuevos frentes de crítica en contra de la autoridad y ahora la oposición gubernamental está en todos lados.

Piensa, lectora lector queridos, cuándo fue la última vez que viste o escuchaste a una oposición partidista firme, articulada o creíble en Morelos, algún momento en los últimos años en el que tu opinión o pensamiento se reflejara en el discurso o postura de cualquiera de las fuerzas políticas representadas en la entidad, incluyendo la de quienes son aliados del ejecutivo.

Morelos es uno de los estados con el mayor número de partidos, organismos políticos que han perdido el registro a nivel nacional lo conservan en Morelos, amén de que hace algunas semanas el instituto electoral morelense aprobó la creación de nuevas fuerzas políticas, por ello en la siguiente elección, a reserva de lo que resuelvan las autoridades federales, tendremos al menos 20 partidos en la boleta.

Pero a pesar de que somos un estado sumamente politizado y con una oferta partidista mucho mayor a la de otras entidades, en los últimos años la oposición política ha desaparecido de la entidad. Con Jorge Carrillo Olea y Sergio Estrada Cajigal vimos partidos y actores de poder que cuestionaban a las autoridades, que abanderaban distintas causas y expresiones sociales. Marco Adame logró atemperar el ánimo de sus opositores, aunque siempre tuvo enfrente a algún partido o personaje que le hacía contrapeso y en todo momento hubo miembros de los otros dos poderes que no le permitían tener un camino libre. Entonces llegó Graco Ramírez y todo cambió.

La oleada electoral no solo impulsó al tabasqueño a la gubernatura, también le entregó el poder en los congresos local y federal y una buena cantidad de aliados en los municipios. Con ese empuje una de las primeras acciones que tomó el mandatario perredista fue combatir a sus adversarios, perseguir a sus críticos y arrebatar el poder en todos lados; quería que su voz fuera ley.

Desde el principio la tarea de Ramírez Garrido fue sencilla, porque frente al enorme control que le otorgó la gente en las urnas se presentó un hundimiento generalizado en las instituciones. El jefe del ejecutivo se ocupó de descuartizar a los partidos, de combatir a sus críticos en todas las posiciones y de desarticular a sus opositores. Pero el avasallamiento fue excesivo y le resultó contraproducente.

Los partidos políticos de oposición tienen un rol que jugar en la gobernabilidad; la crítica que surge de ellos es normal y es necesaria para los gobernantes, porque representan una válvula de escape social que ayuda a que los temas sociopolíticos no se desborden y focaliza la oposición. Si la crítica social se canaliza a través de los partidos políticos y sus representantes, la gente encuentra en ellos un pivote a través del cual enfocar sus inconformidades sin tener que recurrir a otras formas de manifestación.

Cuando Graco destruyó a su oposición y desmembró a los partidos, acabó también con esas válvulas de escape y dio vida a nuevos modelos de inconformidad social. Cuando los partidos cumplían su función política y alzaban la voz en nombre de la gente, el mal humor social se controlaba y el gobierno tenía ubicados puntos concretos desde los cuales atender y desactivar los problemas.

Ahora que los partidos se han equiparado, es decir, se han convertido en la misma cosa sin importar su origen o sus siglas, la gente no encuentra en ellos un canal a través del cual canalizar su molestia. Desde la época graquista hemos visto que la clase política dejó de cumplir su función social, abandonaron su posición natural y se convirtieron en un observador silencioso del desastre en el que ha caído el estado a causa de los últimos gobiernos.  

Así sucede en todos lados y con todas las figuras de poder; ahora los alcaldes y los gobernadores ya no se preocupan por actuar de manera cuidadosa, respetando las normas sociales, las conductas responsables o la ley; hoy todos hacen lo que quieren y como quieren, no cuidan las formas, no socializan sus acciones, no se preocupan convencer a la gente ni de respetar las normas jurídicas. Saben que no hay nadie enfrente que los cuestione o que haga algo al respecto.

Por eso vemos lo que vemos y pasa lo que pasa, porque en Morelos (y en México) no existe oposición en los partidos políticos, porque desde hace varios años se acabó la representatividad social y lo único que buscan los políticos es obtener beneficios personales sin hacer enojar a quien ejerce la autoridad.  

El problema para los partidos es que las cosas no están bien ni en el estado ni en el país, la situación es grave desde hace varios años y los problemas se incrementaron en los últimos meses a causa de la pandemia. Los últimos diez años los morelenses hemos sido testigos de situaciones muy graves que en el pasado ameritarían un inmediato ajuste de rumbo, un cambio radical en la actuación gubernamental y un movimiento total en el estatus quo. En el sexenio 1994-2000 la ejecución de un hombre provocó la caída de un gobernador; desde entonces a la fecha ha habido miles de muertos en situaciones parecidas y no pasa nada.

Anular a la oposición gubernamental era una meta del graquismo y lo logro; pero cuando el tabasqueño aniquiló a sus opositores, dio vida a una nueva crítica que comenzó a utilizar otros mecanismos de expresión para manifestar su molestia. Cuando los partidos dejaron de ser el vehículo para canalizar la inconformidad social, surgieron voces por todos lados y las calles se volvieron el escenario del descontento ciudadano.

Graco Ramírez dijo al tomar posesión del cargo que con la llegada de su gobierno se acabarían las manifestaciones sociales porque todos los grupos y personas estarían bien representados y siempre serían escuchados; su sexenio, empero, ha sido el que más muestras de inconformidad y rechazo ha recibido en toda la historia de la entidad.

En Morelos como en otras partes del país la oposición ha desaparecido. En la tierra de Zapata no existe un solo partido que represente el sentir de la gente en momentos difíciles, que abandere causas que preocupan a la mayoría o atienda mínimamente la agenda social. Los partidos se quedaron sin voz porque ellos mismos decidieron callar y las personas utilizan nuevas vías para expresar su molestia.

No es casual la caída de la imagen del gobernador, ni casual la cantidad de partidos que tienen representación legal; la gente está molesta y lo expresa, si enojo se percibe de muchas maneras y la diversidad política es una muestra de que la sociedad sigue buscando alternativas para estar representada.

Cuando los gobiernos anularon las voces críticas en los partidos, no acabaron con los problemas sociales, simplemente controlaron ese espacio de expresión; el enfado se mudó a las redes sociales, a los medios de comunicación, a los organismos empresariales, a las calles y desde ahí, a diferencia de los partidos, se volvió imposible de controlar.

La oposición política es molesta para quienes ejercen el poder, pero es necesaria para mantener los equilibrios, contribuye a la estabilidad social y es un signo de la democracia. Cuando existe una oposición articulada el gobierno tiene canales naturales a través de los cuales transitar y lograr acuerdos de gobernabilidad.

El problema en Morelos como en México es que la oposición ya no existe, los partidos decidieron cerrar la boca y ser testigos mudos del desastre; de cuando en cuando aparece alguien alzando la voz, pero sin consistencia, sin sustento y sobre todo sin ofrecer salidas a los problemas.

La ausencia de oposición política es un problema para todos.

  • posdata

Los problemas en el gobierno de Cuernavaca son económicos, jurídicos, políticos y estructurales; Antonio Villalobos enfrenta un momento complejo, con muchos asuntos en ebullición y muy pocas alternativas para salir adelante.

La semana pasada el ayuntamiento puso en marcha un ajuste de fondo que incluye, principalmente, un drástico recorte de personal; en la nómina se va la mayor cantidad de recursos y sin una reducción en la burocracia es inservible cualquier otro plan que se implemente.

Pero el económico no es el único problema que tiene el gobierno de Cuernavaca; a la par de ello está la demanda interpuesta contra el titular del ayuntamiento y las acusaciones presentadas en la Fiscalía Anticorrupción por algunos de quienes en el pasado reciente fueron sus amigos y gente de confianza.

Villalobos trata de sortear el momento pensando en su futuro político, asume que la problemática que enfrenta es producto de la efervescencia electoral y supone que librando el atorón económico saldrá avante de las demás situaciones.

Pero para que ello suceda el edil debe hacer mucho más de lo que hasta ahora está haciendo, necesita un plan integral que cubra todos los frentes abiertos, que lo proteja en lo legal, lo cobije en lo económico, lo conduzca en el manejo financiero y lo blinde en la comunicación.

El ajuste a la nómina municipal es doloroso, pero necesario; ahora falta que el alcalde atienda los demás aspectos que se requieren para salir adelante. Entre los asuntos que debe revisar Villalobos, además, está la forma como se mueve Miguel Lucia Espejo, su asesor tras bambalinas y amo y señor de los grandes negocios municipales. Muchas de las decisiones tomadas por el presidente municipal han sido sugerencia de ese rabinesco personaje que se mueve en la oscuridad.

Miguel Lucia, dicen, es el Rodrigo Gayosso del gobierno capitalino.

  • nota

Hace unos días el Partido Encuentro Social anunció la adhesión a su estructura de cuatro alcaldes de Morelos: Leonel Zeferino Díaz, de Xoxocotla; Abel Espín García, de Miacatlán; Alfredo Domínguez Mandujano, de Tlaltizapán; y Rogelio Torres Ortega, de Tepoztlán.

El anuncio de este cambio de playera partidista lo dio el diputado federal y presidente del PES Jorge Argüelles Victorero. Sí, el que no ha hecho nada en San Lázaro por Morelos, pero quiere ser presidente municipal de Cuernavaca, sí, el mismo que hace unos días dijo que los jóvenes asesinados en La Barona eran delincuentes y por eso fueron masacrados, sí, el diputado Belindo.

Pero parece que a pesar del anuncio público, al menos uno de los alcaldes en cuestión ha desmentido su incorporación al PES; cuentan amigos cercanos a Rogelio Torres Ortega que el edil de Tepoztlán rechaza haber abandonado Morena para sumarse a las filas de Encuentro Social. “Me pidieron un lugar para realizar su evento y se los presté, pero no he dejado de ser militante del Movimiento de Regeneración Nacional”.

El plan del PES de incorporar diputados y alcaldes de otros partidos a sus filas es el mismo que utilizó Rodrigo Gayosso en su intento por ser gobernador, pero igual que en el pasado reciente esa estrategia no va a funcionar, porque el simple brinco de personajes de un partido a otro no representa una suma aritmética de votos.

La diferencia entre el Gayo y el Belindo es que con todo y lo atrabancado, Rodrigo Gayosso tiene más cerebro que Jorge Argüelles. Y aún así perdió.

  • post it

Pensando en la siguiente elección hay figuras cuyo liderazgo y rentabilidad si pueden marcar diferencia en las urnas.

Ahí está Rafael Reyes en Jiutepec, Agustín Alonso en Yautepec, Juan Ángel Flores en Jojutla, Alberto Sánchez en Xochitepec, Fernando Aguilar en Emiliano Zapata o Javier Bolaños en Cuernavaca.

Si cualquiera de ellos (o todos) se sumaran al PES, entonces el Plan Belindo tendría algo de sentido, porque se trata de figuras con liderazgo personal y posicionamiento electoral en sus respectivas regiones. Zeferino, Espín o Mandujano son respetables como autoridades, pero no tienen fuerza social.

  • redes sociales

¿Qué debe tener en la cabeza Francisco Moreno Merino para pensar que puede ser candidato a cualquier cosa por cualquier partido?

En medio de la podredumbre de la clase política local, pocos pueden presumir tan malas cartas credenciales como el sujeto en cuestión: mentiroso, advenedizo, inmoral, corrupto, mitómano, traicionero, pervertido, misógino... Moreno Merino es el combo completo, es la sumatoria de todos los vicios humanos y políticos en una sola persona, en empaque pequeño, con pantalón zancón y fajado arriba del ombligo.

Es la versión caricaturizada del Charro Chaparro de Virulo.

Comentarios para una columna optimista: eolopacheco@elregional.com.mx

Twitter: @eolopacheco

Facebook: Eolopachecomx

Instagram: eolopachecomx