Secreto a voces - Vacuna e inmunidad

En opinión de Rafael Alfaro Izarraraz

Secreto a voces - Vacuna e inmunidad

Inmunizar es el acto de proteger. Se inmuniza a la comunidad contra el exterior, al cuerpo contra la enfermedad, al político contra la justicia o la inconformidad social. La vacuna juega el rol de inmunizador del cuerpo contra la enfermedad, aunque todos sabemos que en este caso se trata de una inmunidad temporal. Las vacunas en general han inmunizado y protegido a los individuos de la sociedad contra el sarampión, la viruela, el tétanos, ahora la hepatitis, etcétera. En un ejemplo muy conocido recientemente en nuestro país, los presidentes y el presidente López Obrador gozaron y gozó, respectivamente, de inmunidad política, hasta que se reformó la Constitución para que el mandato de seis años pudiera ser revocado antes de cumplir esa fecha.

La inmunización más reciente, pero no la última, es la tecnológica.  Se realiza utilizando los dispositivos a los que dio origen la reciente revolución informática y comunicativa. La caída del Muro de Berlín y el ascenso de China y Rusia en el escenario mundial, disputándole a Estados Unidos el privilegio de nación hegemónica, se ha llevado a cabo sin un solo disparo, metafóricamente hablando. La disputa se ha centrado en quien posee la tecnología de punta que le permita desbancar a su contrincante del escenario mundial. Se inmuniza a la sociedad contra el pensamiento común creado en el siglo XIX y XX, del cambio como una transformación de las estructuras sociales y de poder.

En el pasado, la sociedad industrial logró desplegar un discurso que logró inmunizar a hombres y mujeres contra el dolor que la existencia misma conlleva. Previamente, la sociedad medieval había logrado inmunizar a la sociedad contra la el miedo a lo desconocido y a la muerte. Logró inmunizar a la sociedad contra ese miedo, haciéndole creer que todo era creación divina y que si ocurría algún acontecimiento fuera de lo real esto se debía a castigos que tenían como fuente a Dios; a la muerte seguiría el paraíso. La sociedad que siguió al medioevo le puso fin al orden celestial, pero no pudo soportar vivir sin un centro en el cual confiar y que la inmunizara contra la idea de vivir sin centro. Entonces creó la idea de progreso.

El progreso inmunizó a mujeres y hombres contra el dolor y el temor a lo desconocido. Para ello, igual como en el pasado, le dio existencia una serie de creencias que han inmunizado a hombres y mujeres. La inmunización contra el dolor y la ignorancia se fundó en la sustitución de la filosofía por la ciencia. Se le inmunizó contra el temor a las carencias mediante la creencia en el progreso. De la misma manera, ante el miedo y el temor a su pequeñez ante lo imponente del universo, se le hizo creer que era la medida de todas las cosas. Se creó el Derecho y los Derechos humanos en los que debería confiar. De esa manera se le inmunizó ideológicamente contra las injusticias cotidianas al hacerlo sujeto de derechos pero desigual en la vida real.

Pero mujeres y hombres todavía tenían una creencia contra la cual habría que inmunizarlos y que tuvo su origen en el orden teológico del pasado. Creían que la naturaleza era algo que pertenecía a lo sagrado, en la medida en que se les había enseñado que era producto de una creación divina. Entonces surgió una narrativa orientada a autoinmunizar, es decir, proteger, a mujeres y hombres contra esa idea. Para ello, se biologizó y fisicalizó el origen de todo. Se le dio muerte a las ideas que colocaban a Dios como el arquitecto del mundo, y su lugar fue ocupado por la creencia de que la naturaleza era producto de la evolución de miles de millones de años, en donde la labor persistente de esa dinámica había logrado tallar el mundo material y natural perceptible.

A esa idea de inmunización contra la creencia de que la naturaleza era algo sagrado, que también era compartido por otras culturas politeistas que fueron conquistadas e inmunizadas a sangre  y fuego, se le agregó que la naturaleza no era más que organismos vivos e inertes y de los que podía disponer. Y que si bien era cierto que en algunos aspectos tenía un comportamiento complejo, se podía conocer y descubrir los enigmas que guardaban, a través del conocimiento científico. La educación fue fundamental en esa fase de inmunización del mundo y los científicos de épocas pasadas también colocaron su granito de arena. Al inmunizarse a la sociedad, es decir, al descomunizar a la sociedad de creencias que les eran comunes, se le inmunizó.

Las estrategias inmunizadoras han ocasionado un desastre. La tierra ha vivido transformaciones cuyo resultado es la actual pandemia. No se ve de esta manera porque la sociedad está inmunizada contra las creencias comunes del pasado que sostenían que la naturaleza era algo sagrado, que no se podía vender y utilizar como mercancía porque, decían, la madre no es un objeto. También les es muy difícil comprenderlo porque la sociedad del progreso les ha creado a ciertos segmentos una vida placentera. Recuperar el pensamiento comunitario del pasado sobre la naturaleza les resulta doloroso, y las mujeres y hombres de la sociedad del progreso no quieren ver la realidad, prefieren ser engañados.

No se quiere renunciar a lo que tiene y a aquello a lo que la sociedad del progreso les ha proporcionado, prefieren esperar que se descubra una vacuna y que se inmunice a la sociedad contra la pandemia, es decir, que se le inmunice aunque esto es una mentira y el progreso recupera su sentido vital. Se utiliza la estrategia inmunitaria con fines de poder, que en el futuro los que vayan a vivir que se las arreglen ellos, con lo que se demuestra que la sustentabilidad es una manzana podrida. Y si el costo es pagar con algunos millones de muertos están dispuestos a cubrir esa cuota, al fin y al cabo de todos modos la muerte sigue siendo lo que es pero socialmente puede ocurrir de manera selectiva, dependiendo del segmento de la sociedad a la que se pertenezca.

La vacuna inmunizará a la sociedad en un doble sentido. Que el problema es biológico y no ambiental y que la sociedad occidental sigue estando vigente, aunque todo ello nos lleve a un precipicio que nadie puede predecir a ciencia cierta cómo ocurrirá. Occidente ha muerto, que no nos lleve en su corriente…