Repaso - EL MIEDO DE MIS VECINOS DE HIDALGO 17 DURANTE EL TEMBLOR

En opinión de Carlos Gallardo Sánchez

Repaso - EL MIEDO DE MIS VECINOS DE HIDALGO 17 DURANTE EL TEMBLOR

Iba a ser un día normal, agradable como son casi todos los días del año en Cuernavaca. Mi esposa y yo, ambos maestros de escuela, nos preparábamos para acudir a nuestros respectivos centros de trabajo. Las manecillas del reloj registraban un poco más de las siete de la mañana. Ella había bañado a nuestros hijos, Carlos Francisco y Sandra, de cinco y un años, aproximadamente, todos arreglados para disponernos a salir.

 

De pronto empezó a temblar como nunca lo habíamos sentido. El departamento que rentábamos, en la calle Hidalgo 17 del centro de la ciudad, estaba en el tercer piso del edificio propiedad, me decían, de la Beneficencia Española. Todos los ruidos posibles empezamos a escuchar y, desde luego, pensamos en una tragedia incalculable ese 19 de septiembre de 1985.

 

La muchacha que nos ayudaba salió corriendo desaforadamente para bajar las escaleras y alcanzar la salida del edificio.. Nosotros decidimos “protegernos” bajo el quicio de una puerta. Mi esposa, al tiempo en que tomaba en brazos a Sandra, empezó a orar:

 

—!Padre nuestro que estás en los cielos…!

 

Por mi parte, tratando de asumir la calma que la verdad no experimentaba para vanamente tranquilizar a mi mujer ante las sacudidas que el edificio tenía, sólo me atreví a exclamar dos o tres veces:

 

—!En la madre!

 

Carlos Francisco, que apenas cursaba su educación preescolar y ante el descuido que tuvimos de no acercarlo a nosotros, dio unos pasos y se abrazó a mis piernas, pasmado.

 

Después de la sacudida, con los nervios en situación de crisis, tuvimos que salir del edificio para cumplir con nuestros deberes cotidianos. La muchacha de plano ya no quiso subir al departamento y mi esposa se la llevó a su escuela. Afuera, en plena calle, nuestros vecinos de piso que ocupaban otros departamentos mostraban en sus rostros el pánico que no se les había quitado. Así vi a algunos miembros de la familia Flores, parientes por cierto de quien por esas fechas era el director del hospital civil de Cuernavaca, lo mismo que a otro joven matrimonio de maestros de telesecundaria y un maestro de danza, soltero, que había adaptado su departamento para impartir allí sus clases. De otros no recuerdo, confundidos entre las decenas de hombres y mujeres que estaban en plena calle.

 

Ese día nos pasamos con la incertidumbre de cómo estarían nuestros familiares, imposibilitados de comunicarnos con ellos. En lo personal, anduve todo el tiempo inquieto, pues las noticias que recibía de lo ocurrido en la Ciudad de México eran apocalípticas.

 

Al siguiente día, me trasladé en mi rendidora Brasilia roja al todavía llamado Distrito Federal, para saber de mis padres y hermanos. Por fortuna todos habían salido ilesos, aunque preocupados por tanto edificio caído y las versiones de que había múltiples personas bajo los escombros, como en efecto sucedió.

 

De regreso a Cuernavaca, por la tarde, dejé mi vehículo en un estacionamiento ubicado en la calle Galeana y me dirigí caminando a Hidalgo 17, con la sorpresa de que en la acera estaba mi mujer con los niños, lo mismo que mis espantados vecinos. Había nuevamente temblando, cosa que no sentí porque cuando sucedió venía todavía conduciendo.

 

Intenté convencer a mi mujer de subirnos al departamento, pero se negó rotundamente, como seguramente lo hicieron las demás personas. Esa noche la pasamos en la casa de una cuñada, aunque para dormir yo decidí hacerlo en el departamento.

 

Luego, en cascada, la información a través de los medios de comunicación, principalmente televisivos, nos permitió dimensionar la gravedad dantesca de lo ocurrido principalmente en la Ciudad de México y nos enteramos de la solidaridad de la gente de la capital para sumarse en grado de heroísmo a las penosas labores de rescate de sus semejantes en desgracia. Fue cuando cobraron notoriedad, por su arrojo, los llamados topos humanos, que a riesgo de su propia vida se escabullían por cualquier resquicio de los edificios colapsados para intentar salvar a quien estaban prensados entre toneladas de escombros. Recuerdo que uno de ellos era de Cuautla, Se llama o llamaba, no sé si aún vive, Marcos Efrén Zariñana, alias “La Pulga”, quien logró rescatar con vida a 27 personas. En una nota acerca de él, publicada en El Sol de Cuautla en julio del 2017, se dice que frisaba los 74 años de edad y se ganaba el sustento como “cerillo” en un centro comercial.

 

El pánico que sentimos acá en Cuernavaca no fue nada con el dolor de miles de pobladores del Distrito Federal. Ese castigo de la naturaleza nos transformó a todos los mexicanos. La ingrata experiencia la volvimos a experimentar con el sismo del 19 de septiembre del 2017. Desde entonces vivimos con la idea de que algo parecido puede volver a ocurrirnos.