Repaso - Cuauhtémoc y la carabina de Ambrosio en la educación

En opinión de Carlos Gallardo

Repaso - Cuauhtémoc y la carabina de Ambrosio en la educación

Parecía que el hecho de estar afiliado a un partido mirruña, Encuentro Social, le daba plena libertad para hacer y deshacer sin que nadie de su estructura partidista se le pusiera al brinco, como en efecto ha sucedido.

Si a lo anterior se suma la debilidad vergonzante de los otros partidos políticos para constituirse en verdaderos contrapesos de oposición, me queda claro que el ex futbolista convertido en dudoso gobernante ve un horizonte plano, sin obstáculos, para continuar desempeñándose como le venga en gana.

A nadie tiene que rendirle cuentas, supongo que piensa. Y por eso poco le importa, a su vez, pedirles cuentas a los principales integrantes de su gabinete. En educación eso es lo que ha sucedido. Ha dejado el campo libre a los que allí puso o le pusieron, atenido a que sepan desempeñarse, sino bien, por lo menos con la consigna de no generarle conflictos que alteren la cómoda percepción, meramente protocolaria, de lo que ha sido su paso como mandatario estatal.

La aparente ausencia de compromisos políticos con los grupos o individuos interesados, permitió a Blanco Bravo y a su asesor principal, designar un gabinete variopinto, cuyos integrantes pudieron proceder de alguna expresión partidista de indistinto color, como lo fue el caso de Luis Arturo Cornejo Alatorre, pero que en su respectiva designación para nada tuvieron que ver esas filias, a las que, por frío cálculo o por legítima decisión, renunciaron o simularon renunciar.

La capacidad y experiencia profesional de esos colaboradores, además de su probidad, tampoco fueron indicadores comunes para llamarlos a colaborar. De igual manera el requisito de la probada competencia política o del servicio público no fue la constante. En algunos casos, pocos, los nombramientos fueron excelentes, pero en otros de plano cuesta trabajo interpretar la lógica del mandatario estatal para colocar en espacios estratégicos a quienes colocó o le colocaron.

Si las designaciones se hicieron atendiendo a la visión de buen gobierno que se había planteado, ya se ve que a casi dos años de gestión el saldo ha sido lamentable. Gradualmente he leído o escuchado las acusaciones o sospechas de un alto gradiente acusatorio de corrupción en áreas educativas. A Cuauhtémoc le han valido una pura y dos con sal los riesgos latentes respecto del desempeño anómalo que pudieran tener algunos de sus colaboradores en ese estratégico sector.

Blanco Bravo, recuerdo, en su momento advirtió que los integrantes de su administración, por lo menos los principales, deberían cuidarse de caer en los mismos excesos en los que incurrieron sus antecesores. Fue palabrería barata.

Incluso al principio decidió, junto con José Manuel Sanz, reunirse frecuentemente con sus titulares de despacho, con los secretarios, para estar al tanto de las respuestas que se dan a las demandas de los morelenses. Si lo sigue haciendo de nada sirve, ante los lamentables resultados de gobierno obtenidos.

El problema que no veo que haya atendido, está enconado en ciertas capas de funcionarios medios que saben cómo adaptarse a los cambios, sin cambiar ellos, demostrándole falsamente a sus superiores que están comprometidos. Es allí donde veo el germen de la descomposición de un régimen gubernamental.

Allí está el caso, por citar un ejemplo, del Instituto de la Educación Básica del Estado de Morelos (IEBEM), en cuyo interior se mantienen prácticas inerciales con individuos que las adoptan, para que las cosas sigan igual.

Hasta hora, quizá esté equivocado y me llamen retrógrada, ningún director general durante los dos sexenios panistas y el correspondiente perredista, se distinguió por una gestión enterada y de altura. Conozco a algunos, casi a todos. Pueden ser excelentes personas, pero las condiciones no les permitieron destacar en el cargo. Y todo, supongo, porque tuvieron colaboradores que poco sabían del sector, independientemente de si eran profesores de carrera o no.

¿Cómo le haría Cuauhtémoc Blanco si descubre que Eleacín Salgado de la Paz, director general del IEBEM, no siempre ha realizado nombramientos acertados y confiables? Bueno, en realidad Cuauhtémoc tendría que preguntarse a su vez por qué ha hecho lo mismo o lo han hecho otros en su nombre.

Mientras se da cuenta si las cosas le salen bien o mal, los ciudadanos están convenciéndose de que es pura farsa eso del cumplimiento de prácticas renovadas en cuanto al trato y la transparencia con los morelenses.

No tener compromisos con la clase política en Morelos, con cualquier clase política, pudo ser una gran ventaja para Cuauhtémoc, pero no lo aprovechó. Saberse intocable, sin tener enfrente a quien le cuestione cuando sea necesario, es ya un riesgo latente. A ver cómo termina.

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