Reflexiones de mesa - Terrorismo Eclesiástico

Dervilia Compañ Calzada en Cultura

Reflexiones de mesa - Terrorismo Eclesiástico

Según el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) la palabra terrorismo significa:

 “1. m. Dominación por el terror.

2. m. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror.

3. m. Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos.”

Vinculamos la mayoría de las ocasiones, al pensar en este término, zonas geográficas del medio oriente, árabes encapuchados con carros explosivos, aviones que se impactan en edificios. Pero en realidad, es una fórmula casi infalible y se ha usado a través del tiempo en diferentes oportunidades, uno de los más evidentes y que además, suscita en sí mismo varios dilemas éticos y humanos, es el terrorismo eclesiástico.

En la iglesia católica hay un poder que se arraiga en la fe y en la necesidad humana de la identidad, del amor, de la voluntad y de los valores individuales como un fin en sí mismos. Durante siglos, el cristianismo atentó contra la dignidad de los hombres y su posibilidad de libertad.

El  Tribunal del Santo Oficio, la llamada Santa Inquisición, promulgaba un terrorismo como esencia de su poder. Infundiendo el miedo en todos los integrantes de una sociedad, país o cualquier individuo que pudiera tener la cercanía con este régimen. Los juicios tenían castigos mortales y, peor aún, de tinte cruento en el que el dolor era el mayor aliado. La tortura se convertía en el placer de los verdugos,  que desarrollaron sofisticados sistemas para proveer dolores intensos sin llegar a la muerte o a la pérdida de la consciencia. ¿Qué tipo de religión que profesa el amor y la fe, puede exponer a sus creyentes a un imperioso  temor por el sufrimiento físico?

Además del terror, me pregunto ¿para qué era realmente este Tribunal?

Hace poco tuve la oportunidad de ver la película de “La pasión de Juana de Arco” del director Carl Theodor Dreyer, y presentan ahí el juicio a una mujer que ostentaba una profunda fe en Dios, por lo que es llevada a la hoguera. El absurdo era claro ¿no resultaba entonces que el Santo Oficio buscaba la fe de los creyentes?

Evidente era que no, la Inquisición era un sistema de dominación social  y suponía un régimen que debía ser obedecido. Una manera de pensar y comportarse que favorecía a reyes y monarcas además de los vínculos de poder que aún hoy guardan resquicios.

El miedo que maneja la Iglesia está a varios niveles, pues no era sólo el dolor y la tortura física sino también el hacer pensar que estos personajes tenían el poder de mandar al cielo o al infierno a los que se exponían a los juicios; excomulgación y la vergüenza. El gran poder que adquirió esta Institución sigue presente en los modos de pensar en dónde igualmente se experimentan sufrimientos y falta de libertad por conceptos como la culpa, el bien y el mal, el infierno y lo divino. Las dicotomías están arraigadas a las mentes y las maneras de actuar. Todavía hoy la gente se expone a situaciones indignantes por una falsa fe. Sin mencionar los ya sabidos casos de pederastia y demás aberraciones en manos de quienes ostentan este vínculo con el cristianismo, pero por pertenecer y contar con un “escudo” de la religión, no hay un poder social que se enfrente a ellos, pues queda al margen del Estado y la política.

El caso de la Iglesia católica denota una especie de síndrome de Estocolmo, en el que se ha terminado por adorar al que nos ha hecho esclavos por la fuerza. Seguimos sus normas con naturalidad y asistimos a sus templos, usamos sus imágenes y sus términos. La liberación de la mente está imposibilitada por esa ceguera constante, por un temor que hoy llamamos religión y búsqueda de un dios.

 

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FB: Dervilia Martha Compañ Calzada