Punto Kairo - Becario

En opinión de Juan Salvador Nambo

Punto Kairo - Becario

Ya casi es una década desde que terminé la aventura de ser becario Conacyt. La experiencia significó durante casi dos lustros una forma decorosa de vida, identificarme como estudiante de posgrado, afirmar que me pagaban por leer y escribir y tener contacto con académicos humanos muy humanos y otros no tanto. 

Para sacar adelante dicho nombramiento, el de becario, tuve que entregar una tesis que serviría para demostrar que podía hacer investigación. La práctica de la escritura la tenía, pero me hacía falta lo académico y fue aquí, en este espacio, esta columna que me ofrece el Regional del Sur, que podía intentar hacer algo con el montón de literatura y formas de interpretar la realidad, así que muchos de esos avances de tesis pasaban primero por los lectores de este periódico. Fue un poco como reaprender mi práctica como reportero y aprehender en el camino la de investigador.

En esos momentos comenzaba a trabajar con el concepto de violencia y me encontré con el “Punto Kairós”, el cual se usa para conceptualizar la permanencia de la violencia en los tiempos y, como mi tema desde años atrás (y hasta la fecha) había sido la violencia y sus distintas formas, pues pensé que había dado en el clavo con el nombre de esta columna.

En aquella época, allá por 2010, cuando comenzaba con r Punto Kairo, me vi en la penosa necesidad de renunciar a mi trabajo como coordinador de edición de este mismo periódico para dedicarme de tiempo completo a la maestría en Investigación Educativa que ofertaba la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Era la primera generación de esa maestría que tenía el beneficio que representaba no sólo tener el auspicio de Conacyt sino también pertenecer a una especie de élite que se estaba conformando en la universidad, de investigadores reconocidos, la mayoría ya con SNI, en sus diferentes niveles.

Antes de ser coordinador de edición en el Regional estuve trabajando en la fuente de la nota roja acompañando a Francisco Rendón (QEPD), Luis Gallardo y Juan Manuel Nájera, amigos a los que aprecio mucho y de quienes aprendí la mayor parte del oficio de reportear. Antes de eso, es decir, en mis inicios como reportero, también fui parte del departamento de comunicación social de la Policía Metropolitana (que ahora ya no existe). Sobre esta época se puede escribir mucho, aunque lo más apasionante, aquellas cosas que más te marcaron, son las que desafortunadamente no pueden contarse.

En la actualidad ostento una función como miembro del Sistema Nacional de Investigadores en México donde, como aquella vez que fui obligado a decir “Adiós a todo eso”, como el título de la novela de Robert Graves, puedo darme cuenta que muchas veces puede vivirse una batalla interna y/o externa para intentar escribir alguna historia decente.

Ahora, ya fuera de mis trabajos anteriores y con mi vida actual como profesor-investigador, sigo sin poder dormir después de las cinco de la madrugada debido a la disciplina de trabajo que tuve que adquirir; sigo quejándome de la corrupción que hay en los ámbitos académicos y que no permite el avance de la ciencia (sin que necesariamente se culpe al presidente o a Elena Álvarez Buylla); ahora, a través de Facebook y otras redes sociales, podemos darnos cuenta que el mundo se mueve a pasos agigantados gracias a la sociedad del conocimiento; también se me ha pasado la calentura por obtener dicha plaza o tener algún  cargo público, incluso la de transformar al mundo (o siquiera a la institución en la que trabajo) y me limito hacer lo que se puede con lo que se tiene y con harto gusto, especialmente ahora que se vienen tiempos de cambios, anunciado con el nuevo reglamento del SNI.

Cuando terminé el posgrado tenía muchas limitaciones: me quedé sin trabajo, les tenía fobia a los teléfonos inteligentes, me ponía enfermo de manera recurrente y no podía cuidar a mis hijos. En esos tiempos me avergonzaba ser una carga para las personas que dependían de mí, y había jurado el mismo día de mi titulación que si me iba a ganar la vida, debía ser escribiendo. 

Todo este tiempo me han acompañado mi obsesión por las historias, muchas de ellas bastante bien contadas por otros en la literatura académica, en las novelas, en los cuentos, en los guiones cinematográficos y en la literatura. Al igual que Robert Graves, quien vivió los horrores de la primera guerra mundial, considero que todos tenemos luchas por librar en distintos niveles y uno decide la manera de hacerlo, razón por la que comparto con ustedes la siguiente frase: 

Si me condenaran a vivir una vez más todos estos años probablemente los volvería a vivir de una manera muy parecida, pues uno no se desprende fácilmente del condicionamiento de la moral protestante de las clases inglesas dirigentes, a pesar de tener mezcla de sangre, una naturaleza rebelde y una avasalladora obsesión poética (p. 454).

Robert Graves. (2012). Adiós a todo eso. Sergio Pitol, traductor. Xalapa: Universidad Veracruzana, Conaculta