Las madres muertas sobre el camposanto

Los osarios de la capital eran un desierto; la pandemia de covid-, trajo soledad en sus tumbas
¨El corazón de una madre es como un profundo abismo en cuyo fondo siempre se halla el perdón¨: Balzac

Las madres muertas sobre el camposanto
Los osarios de la capital eran un desierto; la pandemia de covid-19, que forzó al confinamiento, trajo soledad en las tumbas de las madres.

Los osarios de la capital eran un desierto; la pandemia de covid-19, que forzó al confinamiento, trajo soledad en las tumbas de las madres…

            El cielo céreo y nublado, a las 15:55, propició la caída de algunas gotas de lluvia. Ésta prolongó la grisura. José Emilio Pacheco dijo: “es grato ver al mundo cubierto por un manto que afirma su continuidad: la perdurabilidad de una vida en la que ya no estaremos”.

            La vida se extingue en la nada. Alrededor de las 16:02 aparecieron algunos rayos de sol… muy silentes sobre las nubes casi oscuras.

            Ricardo rememora la presencia de su madre, ejemplo de trabajo y sacrificio por sus siete vástagos. Empero, la muerte es así: inevitable; otea el acantilado y, en seguida, se sumerge en la faz de la intemperie (donde las lápidas se llenan de polvo cada día).

            Nadie llevó flores a las sepulturas. Ni hubo música. El coronavirus disipó la tradición del 10 de mayo. ¿Alguien, en algún aposento, burilaría un “madrigal”? Afuera se divisó más destierro. Incluso con gente, entre un muerto y un vivo hay un estigma: la incomunicación.

            16:22: el camposanto de “La leona”, en la colonia “Carolina”, es rodeado por algunas personas; se acercan, leen el impedimento de acceso (adherido a la entrada principal) y viran el rostro en señal de desánimo. Otrora, los senderos de tierra entre la inexistencia de ese exilio fueron incesantes.

            15 minutos después se suscita el contraste: el aire agita el cabello de un bebé, en el regazo de su madre. Ella -en silencio- toma, además, la mano de un niño; caminan encima de la acera; va acompañada de la discontinuidad de la incandescencia de la luz.

            En la calle hay un halo de respiraciones; en las tumbas subyace la incertidumbre de la caída inescrutable. Es la dicotomía del entorno: el vientre fecundo frente al instante transitorio (casi imperceptible). El peregrino y el pólipo indemne…

            Las mujeres que yacen ahí dejaron hijos de distintas edades. Entonces, una conversación de dos hombres revela: “¿cuántas mujeres madres morirán, niños y adultos. El covid es verdad?”. (Hasta este domingo, las cifras oficiales adujeron 106 muertes a causa del padecimiento).

            La corrupción ebúrnea (ósea) no se detiene. A propósito de eso, Baudelaire escribió, en “Una carroña”:

 

Recordaos el objeto que vimos, alma mía,

esa dulce mañana de estío,

al volver un sendero, una infame carroña

sobre un lecho de tierra sembrado.

 

            Es decir, cuando sobreviene el capítulo final, el guijarro se vuelve enhiesto (como la espiga de una milpa en verano).

            17:05: la esfera de gas caliente insiste; su irradiación se expande; se trata de una lasca de la soberanía de la omnipresencia.

            He ahí el cúmulo de fosas, a las 17:11: el abandono deliberado. La huida hacia el vacío de la cotidianidad.