La juventud como agravante. Historias de impunidad.

En opinión de Aura Hernández

La juventud como agravante. Historias de impunidad.

La vida no debiera echarlo a uno de la niñez sin antes conseguirle un puesto en la juventud.

 

Miguelito, en Mafalda de Quino

 

Todo lo que les voy a contar enseguida es ficción, incluso lo real.

Historia 1: Con su cabello largo anudado en una cola de caballo, su vestir desenfadado y su mochila al hombro, Guillermo, pasante de una carrera universitaria en la UAEM, salía todos los días a las tres de la tarde del edificio público del centro de Cuernavaca donde prestaba su servicio social. Y ¡todos los días!, lo detenía una patrulla en Boulevard Juárez, le pedía su identificación, le revisaba su mochila, le tiraba sus pertenencias al suelo y no antes de acusarlo de ser persona sospechosa. Guillermo terminó pidiendo ayuda para que la autoridad le extendiera una especie de “salvoconducto” para poder caminar sin miedo a la terminal de autobuses para irse a su pueblo. De ahí le quedó la costumbre de temblar cuando ve algún policía o patrulla

Historia 2: Daniel, es de un joven morelense que iba en un auto compacto con su novia, cuando una patrulla del municipio de Temixco les marcó el alto, le pidieron su identificación y en lo que discuten, porque el se resiste a dejarlos revisar el coche, los policías enganchan el auto a una grúa con la novia dentro. De ahí, remolcan el vehículo al corralón, mientras a él lo suben a una patrulla, lo encañonan, lo golpean y lo llevan a los separos donde una supuesta MP le dice que está detenido por conducir en estado de ebriedad. Sus amigos logran juntar cuatro mil pesos, para “persuadir” a la autoridad de que lo liberen. No así al auto, eso fue aparte.

Historia 3, sin ficción: hace unos días en Mérida, Yucatán, José Eduardo un joven veracruzano de 23 años, fue detenido por la policía de esa ciudad “por sospechoso” cuando caminaba por el Centro y mientras lo subían a una patrulla le hicieron cuestionamientos sobre su sexualidad. Ya detenido José Eduardo fue atacado sexualmente por cuatro policías quienes también le propinaron una golpiza que fue la causa de su muerte, según se probó en los peritajes respectivos.

Según contó la madre de la víctima, cuando internaron al joven en el hospital el médico le preguntó si su hijo era gay, lo que configuró una segunda revictimización: José Everardo fue detenido por ser “sospechoso”, por ser joven y también por su apariencia.

Historia 4, ficción realidad e impunidad: La semana pasada en Cuernavaca, dos jóvenes que viajaban en un automóvil compacto por el libramiento de la autopista, escenificaron un altercado vial con el convoy en el que se trasladaba el Fiscal del estado, en lo que en principio se quiso presentar como un atentado al funcionario morelense. Posteriormente se supo, y en mucho gracias a los videos grabados por la ciudadanía y por algunos comunicadores que los supuestos agresores, no llevaban armas y si demasiadas cervezas.

Los jóvenes, que para salud de la justicia, fueron liberados ayer por un juez de control, no solo fueron detenidos, baleados, golpeados, desnudados, y torturados por el personal de seguridad de la Fiscalía, si no que fueron consignados por el Ministerio Público, con lo que los servidores públicos exhibieron la brutalidad policiaca, la impunidad y el abuso de poder de la corporación.

En este caso, el Poder Judicial fue el fiel de la balanza pues finalmente se ordenó la liberación inmediata de los jóvenes. Pero ¿qué sigue? ¿Qué tenemos que hacer como sociedad para que no se siga victimizando a los jóvenes, solo por ser jóvenes? ¿O por su apariencia? ¿O por su orientación sexual? Como el caso de los jóvenes que “atentaron contra el fiscal”, o el de José Everardo en Mérida, o el de los jóvenes de las dos primeras historias ficticias que conté al principio.

Nosotros, los adultos del siglo XXI tenemos una deuda muy grande con nuestra juventud. Les debemos permitir gobiernos corruptos, les debemos los prejuicios de género, les debemos un medio ambiente en crisis, les debemos los trabajos precarios, les debemos la impunidad y por supuesto les debemos la violencia generalizada. Denunciar, estos casos no solo es un acto contra la injusticia, sino también una necesaria reivindicación de un sector de la población del mundo entero al que le hemos obstaculizado su derecho al optimismo y al futuro.

Sería justo y razonable que se iniciara una investigación y se castigue a los verdaderos responsables, que el personal de la Fiscalía que actúo con prepotencia, brutalidad se le apliquen las sanciones que la Ley establece y no sea este un caso más de impunidad.