Juego de Manos - Trapos al sol

En opinión de Diego Pacheco

Juego de Manos - Trapos al sol

 

El pasado 25 de mayo, George Floyd, un afroamericano habitante de la ciudad de Minneapolis, Minnesota, fue asesinado por Derek Chauvin, un policía local, después de ser arrestado por presuntamente utilizar un billete falso de 20 dólares.

Diversos videos del crimen circularon en redes sociales y medios de comunicación donde se puede observar a George en el suelo mientras el policía apoya su rodilla en su cuello. Después de unos minutos en los que el asesinado suplica por su vida, pues le es imposible respirar con el oficial sobre su cuello, deja de responder y aproximadamente nueve minutos desde que se le somete, Floyd es llevado al hospital, donde se declara muerto. 20 dólares (441 pesos), un par de horas y la negación de su presunción de inocencia fue el valor neto que se le dio a la vida de George Floyd, afroamericano en tierra de blancos.

Este caso de violencia policial y racismo pasó del duelo y la indignación a la movilización masiva y la ira en unos cuantos días. El “no puedo respirar” pasó de ser lo último que diría George Floyd a la frase de lucha de una serie de movilizaciones que alcanzarían la internacionalidad, se reproducirían en más de 50 ciudades de EE.UU. y denunciarían la brutalidad policiaca y el inherente racismo hacia las comunidades afrodescendientes que se ha perpetuado a lo largo de la historia del país.

Ojo, que la magnitud de este caso no nos engañe, la violencia sistemática ejercida contra las comunidades afrodescendientes tiene orígenes centenarios en un país que fue fundado con base en el racismo. El problema no es nuevo y, por poco impactante que parezca, tampoco es el primer hombre afrodescendiente asesinado por la policía cuyas últimas palabras fueron “no puedo respirar” (véase caso Eeric Garner).

Ahora bien, que la distancia física no nos convenza de que casos que hierven la sangre como el anterior están lejos de nuestro espacio. La discriminación no se reduce a motivaciones raciales, sino que se extiende a todo ámbito ajeno al estatus quo, a lo que, inherentemente, la sociedad considera que debe ser.

En México, 56 por ciento de las personas afrodescendientes consideran que en el país sus derechos se respetan poco o nada, de acuerdo con cifras de la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS) 2017, pero las etiquetas de la discriminación se extienden muchas otras características como el tono de piel, manera de hablar, peso o estatura, forma de vestir o arreglo personal, clase social, lugar donde se vive, creencias religiosas, sexo, edad, y orientación sexual son algunas de las demás razones por las que las personas son violentadas, todos los días, en nuestro país.

La conciencia social hacia el exterior debe de ser congruente con nuestra crítica y autocrítica en el interior, de otro modo, nuestros mensajes estarán vacíos y los problemas –que decimos nos preocupan– seguirán sin resolverse. No podemos ser parte de la solución si seguimos ocultando nuestros trapos del sol.

 

 

Esas SÍ son formas

A partir de la ola de protestas en Estados Unidos, la destrucción de patrullas y los enfrentamientos con elementos de ¿seguridad?, el presidente Donald Trump pidió a los gobernadores ejercer medidas de control más estrictas para detener las movilizaciones, criminalizó a los manifestantes y amenazó con enviar a la Guardia Nacional a Minnesota

Por otro lado, usuarios de redes sociales en México se pronunciaron a favor de la lucha compartiendo imágenes de las manifestaciones y clamando justicia por el asesinato de George Floyd, las comunidades afrodescendientes y los grupos minoritarios. Similar a lo ocurrido durante las protestas en Chile a finales de 2019 y principios del 2020, la solidaridad mexicana por grupos oprimidos y causas justas (ajenas) no se hizo esperar. Esas sí son formas de protestar, ¿no?

Sin embargo, cuando las protestas se desarrollan en nuestro país, cuando es nuestra gente la que está siendo violentada y asesinada, preferimos el silencio y la comodidad en nosotros. Debemos darnos cuenta de que las movilizaciones sociales impactan e incomodan; que el cambio, necesariamente, atraviesa escenarios de conflicto; que en el ascenso de las marchas de silencio a la quema de vehículos existieron todos los demás tipos de manifestaciones; y que ningún vehículo, cristal o construcción vale más que la vida y los derechos de las personas.

 

Por cierto

En redes, usuarios e influencers se han manifestado en contra del asesinato de George Floyd desde un distanciamiento más allá de lo físico. “Siendo de otro país siento que es muy difícil poder entender realmente la situación. En México no experimentamos este tipo de cosas” o “estoy viendo las manifestaciones desde mi ventana y parece capítulo de Black Mirror” fueron algunos de los desafortunados comentarios que se hicieron al respecto por voces personas públicas mexicanas.

¿Por qué es esto un problema? Porque presenciar un problema sin ahondar en sus causas, banalizando las movilizaciones a escenas de series o películas, es un error de análisis importante que, al contar con un alcance discursivo tan amplio, se agrava.

Asimismo, poner una barrera entre nosotros y el problema —que no solo se presenta en la casa de enfrente, sino que ocurre en nuestro patio trasero— es una manera más de demostrar que nuestros privilegios nublan nuestra capacidad empática, lo que nos vuelve partícipes del ciclo de violencia, promotores de su permanencia.

Nos alarman los estereotipos que existen en torno a la población afrodescendiente, pero usamos la N-Word y decimos “indio” “prieto” u otras palabras para segregar a quienes no son blancos; nos enoja la discriminación que existe contra los afroamericanos, pero toleramos los rechazos laborales, sociales y culturales que sufren quienes no son hombres, blancos o heterosexuales.

No es suficiente decir que nosotros no discriminamos, que no vemos color, que somos tolerantes a todo tipo de personas. Ello solo nos vuelve omisos, ciegos e indolentes ante las injusticias que sí existen. No basta con autoproclamarse “ajeno al problema” debemos buscar ser parte de la solución, investigar acerca de las raíces de los problemas sociales (externos y propios) y actuar según nos corresponda. Para muchos, la comprensión de los privilegios (o la ausencia de ellos) es complicada, sin embargo, esto no es motivo para detenerse.

La empatía, la solidaridad y la autocrítica son herramientas para que quienes son ajenos a la violencia puedan formar parte del cambio. La omisión e indiferencia en casos de injusticia nos convierten en cómplices del grupo dominante.

 

¿Sabrá México qué es racista?: 

  

diegopachecowil@gmail.com