Juego de Manos - México estaría en llamas

En opinión de Diego Pacheco

Juego de Manos - México estaría en llamas

A una semana del feminicidio de Ingrid Escamilla, otro crimen de odio en contra de una mujer captó los reflectores de los medios de comunicación: su nombre, Fátima. Su edad: 7 años.

El caso de Fátima es llamativo por más de una razón: la facilidad con la que se le sustrajo de la escuela, la velocidad con la que se dio con los criminales, aunque, quizá, lo más notorio del acontecimiento fue la reacción de la sociedad y la postura consecuente de figuras públicas y políticas. Vamos por partes.

Los feminicidios de Ingrid y Fátima ocurrieron en un intervalo de 8 días, contando los días en que fueron cometidos. Lo que, estadísticamente, equivale a que 78 mujeres más fueran asesinadas por razones de género en ese periodo. El caso específico de Fátima puso a México “de luto” por la edad de la víctima. “Estaba muy chiquita y le quedaba mucho por vivir”, sí; sin embargo, hay que tener en cuenta también que, de acuerdo con el Balance Anual de Red por los Derechos de la Infancia en México, entre enero de 2015 y julio de 2019, uno de cada 10 feminicidios tuvo como víctimas a niñas y adolescentes. ¿Entonces, fue la edad de Fátima?

No, la detonación de este crimen de odio en la agenda se derivó del contexto en que se dio: un feminicidio grotesco una semana antes, mujeres periodistas encima del presidente exigiendo resultados, movilizaciones feministas en Palacio Nacional por ambos ilícitos y un antecedente de protestas masivas en contra de la violencia de género.

La violencia de género ha tenido un crecimiento —en cifras y en cobertura— durante los casi dos años de esta administración, sembrándose como uno de los principales problemas a los que se enfrenta el gobierno. Por ello, la respuesta de las autoridades ha sufrido cambios drásticos obedeciendo a esta tendencia. Las primeras respuestas que dio el Gobierno de la Ciudad de México ante la primera gran manifestación feminista del sexenio, #NoMeCuidanMeViolan, se centraron en la criminalización de las protestantes, la descalificación de la lucha, la preocupación por la infraestructura dañada y la banalización del problema. No fue hasta las últimas protestas en las que se contó con protocolos especiales de seguridad “para proteger a las manifestantes”, se reconoció a medias el problema y, en el caso Fátima, la Jefa de Gobierno se reunió con la madre de la víctima para entender la cronología de los hechos.

Es decir, en el discurso, el gobierno capitalino se ha adaptado a la imagen del movimiento y la gravedad pública de la problemática. Sin embargo, en la realidad, las acciones en las que “se está trabajando para resolver el problema” siguen sin ser claras y las cifras de violencia de género van al alza.   

Algo queda claro: Si todos los feminicidios nos dolieran como el de Fátima, México estaría en llamas.

 

La solidaridad

Durante esta semana, celebridades, figuras públicas, miembros de la esfera política del país, ciudadanos y ciudadanas; se manifestaron en contra de la violencia que viven las mujeres todos los días. Con condenas enérgicas al caso de Fátima y una memoria fresca de Ingrid Escamilla, México se mostró de luto por los feminicidios.

Ante esta tragedia, y con una basta memoria de feminicidios, acoso, violaciones y violencia sistemática en contra de las mujeres en México, colectivas feministas —como se autodenominan— convocaron a un paro nacional de mujeres el 9 de marzo, día laboral más cercano al Día Mundial de la Mujer. Esta protesta convoca a que las mujeres no salgan, no compren y no vendan; con el objetivo de visibilizar el espacio que ocupan en la vida nacional y alzar la voz en contra de la violencia de género que sufren día con día.

Al respecto, el presidente, López Obrador, manifestó sus reservas ante esta protesta, señalando que podría tener dentro de sus filas a conservadores y derechistas que buscan desestabilizar su gobierno.

La postura del presidente tiene muchos matices que analizar. Primero, el posicionamiento izquierdista paranoico sigue siendo su estrategia predilecta para intentar desviar las crisis que se le presentan, aunque cada vez tenga menos éxito. A pesar de ello, se puede observar una pequeña diferencia respecto a sus reacciones contra quienes critican la nula estrategia de su gobierno para hacerle frente a la violencia de género. Aunque este cambio de posición probablemente obedezca a la necesidad coyuntural, y no a la sensibilización con los problemas de las mujeres.

No obstante, hay que reconocer un gran acierto en el escepticismo de Andrés Manuel: dentro de quienes se han sumado a la protesta del próximo 9, hay figuras que no cuadran con esa postura. Perfiles que han criminalizado a quienes se manifiestan, banalizado la problemática y que reproducen actos de violencia normalizada. Personajes que, por un largo tiempo, se han negado a escuchar a las mujeres en protesta.

Ojo, este machismo no se reduce a derechas o izquierdas, hombres o mujeres; hay que tener claro quiénes ya se mostraban del lado de las mujeres, quienes buscan ingresar a la lucha y quienes, por conveniencia política, se alinean a lo que es tendencia.

Adentrarse a los espacios de crítica al machismo y deconstrucción personal va más allá de pasar lista en la manifestación. Adherirse y pronunciarse en contra de la violencia de género en insuficiente. Hace falta más.

 

De feministos y aliados: el lobo vestido de oveja

A partir de la convocatoria del paro nacional de mujeres, usuarias de redes sociales compartieron información importante para la protesta. Si no puedes detener tus actividades, viste una prenda morada, haz tus compras con días de antelación para evitar consumir durante ese día y, lo más importante, solidarízate con las demás mujeres, escúchalas y apóyalas.

Asimismo, se compartieron consejos para los hombres que quieran apoyar la causa, dentro de los que se incluyó la autoreflexión, la crítica a comportamientos machistas en sus círculos cercanos y el apoyo con las labores indispensables a las mujeres que quieran formar parte del paro. Todo esto abre un debate que no es nuevo, pero sí es necesario: ¿qué hay de los hombres?

Aquí, hay que tener ciertos puntos muy claros. A las mujeres, como parte de la sociedad y no como actrices políticas, no les beneficia en nada que nos autodenominemos aliados, feministos o deconstruidos. ¡Quémenlo todo, mujeres! ¿Ahora sí? Esa búsqueda de protagonismo dentro de un movimiento por, para y sobre mujeres es dañino y contradictorio.

Si se parte de la noción de que los hombres tenemos más poder de todo tipo dentro de la sociedad que las mujeres, es contraproducente que busquemos ocupar papeles centrales dentro de los espacios en los que ellas buscan incorporarse.

Es importante para quienes tenemos el interés de apoyar a la lucha contra la violencia de género entender que nuestro papel es valioso, mas no protagónico. Nuestro actuar debe ser desde atrás, como en las marchas, comenzando con un trabajo personal de reflexión y autocrítica. Debemos entender que somos parte central del problema y trabajar por dejar de serlo. Asimilar que mucho de lo que nosotros vemos como normal puede desencadenar actos de violencia en nosotros y en otras personas, que existe un hilo conductor desde el machismo en casa y los feminicidios; que el problema está en la estructura, y todos somos parte de él.

Para nosotros, hombres, la solidaridad con el movimiento es incómoda, es difícil y, en ocasiones, muy dolorosa. Implica una crítica constante hacia uno mismo, discusiones con amigos y familiares, entender el daño que hemos causado, en algunos casos, sin darnos cuenta; y en otros, con pleno conocimiento, pero minimizando las consecuencias.

En esta lucha el silencio es cómplice. Si no se está dispuesto a comprender nuestro rol en la estructura y en la lucha, para comprender nuestros espacios y responsabilidades, seremos solo lobos vestidos de ovejas.

 

Enhorabuena

A pesar de esta primera mirada pesimista del contexto, hay algo qué celebrar: la discusión acerca de la violencia de género se abre cada vez más; día con día, son más las personas que voltean a ver a las víctimas sin ojos criminalizantes. Poco a poco se comienza a comprender la gravedad del asunto y, finalmente, se comienzan a escuchar las voces que protestan, en lugar de intentar inferir por lo que las mujeres pasan todos los días.

A pasos pequeños, pero incesantes, lo están tirando (y lo van a lograr).

 

Dejemos de ser cómplices y hablemos sobre violencia:  

diegopachecowil@gmail.com