Juego de manos - ¿La Universidad de quién?

En opinión de Diego Pacheco

Juego de manos - ¿La Universidad de quién?

Durante la semana pasada se desarrollaron2 protestas distintas en la Universidad Nacional Autónoma de México, las cuales ocuparon un lugar dentro de las agendas de los días en que se suscitaron. La primera, que levantó mucha indignación, se dio el martes3 de septiembre, con motivo del primer aniversario de los ataques porriles hacia la protesta de los compañeros del Colegio de Ciencias y Humanidades plantel Azcapotzalco.

Alrededor de 300 manifestantes se concentraron en el parque La bombilla, desde donde se dirigieron a la torre de rectoría, en el campus central de la institución. Ahí, los jóvenes demandaron seguridad y el fin del acoso que se viven dentro de la escuela. Minutos después, un grupo de personas encapuchadas realizaron actos vandálicos en la Rectoría y sus alrededores. Vidrios rotos, paredes quemadas y periodistas agredidos fueron parte de la cobertura que se le dio a quienes alzaban la voz por los compañeros atacados en 2018.

Este es un fenómeno muy complejo, cuyo entendimiento no se puede quedar en la criminalización de los encapuchados y la victimización de las autoridades universitarias; y para entenderlo hay que remitirnos a uno de los mayores problemas que enfrenta la Universidad de la Nación y quienes formamos parte de ella: la inseguridad. No es de hoy que se demande mayor seguridad dentro de los distintos campus de esta Máxima Casa de Estudios, ni es de reciente conocimiento de sus directivos esta preocupación.

Tomemos, por ejemplo, el caso  del narcotráfico que existe dentro de Ciudad Universitaria: en 2015, la revista Proceso publicó un texto de nombre “Ciencias Políticas de CU, centro de distribución de drogas”, el cual inicia señalando que, de acuerdo a alumnos y profesores de dicha institución, desde 2014 la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM se había convertido en el principal punto de venta de drogas del sur de la capital del país.

Sin embargo, este fenómeno, como en el resto del país, no se reduce a un proceso de compra-venta-consumo, en el que los únicos afectas son los involucrados. Esto, a su vez, lleva a la competencia por la plaza y a la violencia en favor de la discreción, entre otros males. ¿O ya se nos olvidó cuando el reportero Humberto Padgett fue golpeado en “las frontones” por querer documentar la venta de drogas en 2017? ¿O medio año después cuando se desató una balacera entre el Anexo de Ingeniería y la Facultad de Contaduría y Administración entre quienes la autoridades señalaron como individuos ajenos a la universidad?

Pero no hay que ir tan lejos, para darse cuenta del problema; ni hay que buscar en medios lo que cualquier miembro de la comunidad universitaria puede confirmar: el estudiantado tiene miedo al caminar por las calles de la UNAM, la venta de drogas, los intentos de secuestro, el acoso y la violencia ejercida por miembros ajenos y propios a la institución, hacen del ir a la escuela una actividad de riesgo. Y esto no puede seguir así.

Y es entonces que me remonto a la manifestación de la semana pasada: llamó nuestra atención el incendió frente al edificio administrativo de la UNAM, nos indignó el maltrato a los periodistas que intentaron cubrir los hechos, tomamos como ofensa la vandalización a las letras “hecho en CU”.

Sin embargo, no miramos más allá de esto. Nos quedamos en hechos más fáciles de digerir. No nos dimos cuenta que, a pocos metros de ello, había un grupo de estudiantes que señalaban un problema real y latente que afecta a todos dentro de la Universidad Nacional, y que es posible debido a las condiciones que se viven a nivel nacional, sí; pero que también se ve enormemente beneficiado por la pasividad de las autoridades universitarias. Desde el guardia de seguridad que se hace de la vista gorda frente a los espacios de narcomenudeo, hasta el rector que ha sido incapaz de dar una solución eficaz al problema, y que ha reducido sus acciones a comunicados tibios sobre los acontecimientos negativos que lograr llegar a la agenda pública y mediática.

Entonces, ¿no valdría la pena que, como a estos actos vandálicos, condenáramos enérgicamente la ineficacia de las autoridades?

 

Contradicciones

Siguiendo con las manifestaciones en la UNAM, el viernes pasado un grupo de estudiantes tomaron las instalaciones de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) con motivo de protesta por la participación del excandidato presidencial, Ricardo Anaya, en el diplomado “Política Mexicana Contemporánea: una mirada global” pues, de acuerdo con los inconformes, ello “manifiesta la aceptación de la ultraderecha en nuestra Universidad”.

Bien, aquí hay que señalar varias cosas. Llama la atención la facilidad con la que un grupo de personas puede tomar la facultad y detener las actividades académicas. Más allá de los motivos, cuya validez dependerá de los ojos con que se observe, me hace ruido el reducido número de individuos que tomaron las instalaciones, y la falsa representatividad con la que legitiman sus acciones.

Las discrepancias con la ideología de un ponente no debería ser causa suficiente para negarle la entrada, ni mucho menos para convocar a paro. La Universidad es apartidista y su postura, más allá de cargarse hacia la izquierda o hacia la derecha, debería inclinarse hacia la pluralidad de ideas y la construcción de conocimientos.

La Universidad de la Nación, y quizá más aún la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, debe estar abierta a la confrontación de ideas y de posturas políticas, y abierta al debate que es a partir de lo cual se puede tener una visión más completa de la realidad y de sus integrantes.

Negar la palabra al pensamiento distinto es intentar tapar una parte de nuestra realidad con el dedo, e implicaría cometer los mismos males de los que nos hemos quejado año con año. La Universidad Nacional Autónoma de México no puede existir sin apertura de ideas, y la censura disfrazada de protesta va en contra de los mismos valores que la conforman.

 

Tu espacio de apertura ideológica:

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