Juego de Manos - Baby Shower

En opinión de Diego Pacheco

Juego de Manos - Baby Shower

Durante las últimas semanas, hemos vivido momentos de choque alrededor del aborto, una temática presente en la agenda nacional e internacional, a partir de las recientes decisiones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y las manifestaciones feministas.  No obstante, como no se había observado antes, en esta ocasión fue una marcha próvida, conformada por la ciudadanía y la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), la que alcanzó el foco de los medios, dando cuenta de que también existe cierta organización dentro de los grupos que ondean el pañuelo azul.

Como paréntesis, hay que recordar que se han criticado hasta el cansancio las “formas de protestar” de las manifestaciones feministas, al mismo tiempo que se llama a movilizaciones menos agresivas, donde no se incomode a terceros mientras que se exige justicia para las que ya no están y seguridad para quienes aún siguen aquí (y las que vienen).

En este sentido, la manifestación provida que se llevó a cabo el pasado 3 de octubre llamó la atención porque, si bien no causó daños a la infraestructura capitalina, actuó en contra del bienestar y los intereses de una menor de edad (algo no muy “en favor de la vida” de su parte). Frente al Ángel de la Independencia, se transmitió en vivo el ultrasonido de una niña —que se identificó como Ana, de 15 años— como si fuese un espectáculo, con presentadores, luces, sonido y todo. “Este es el baby shower más grande”, señaló una de las voceras del evento.

Este caso fue condenado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que asegura que este procedimiento no vela por el interés superior de la adolescente, ni por su intimidad e identidad con perspectiva de género. De igual manera, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) compartió la preocupación por la instrumentalización de esta adolescente, que vulnera su identidad, su imagen, su cuerpo y estado de salud, al exhibirla públicamente; también, recordó que el embarazo a temprana edad es un problema de salud pública en México.

Dentro de los países integrantes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), México encabeza la lista de embarazos adolescentes. Las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) señalan que en México existe una tasa de fecundidad de 67.6 embarazos por cada 1,000 mujeres de entre 15 y 19 años. No debemos perder de vista que los embarazos adolescentes tienen consecuencias sociales importantes tales como deserción escolar, problemas económicos, inestabilidad familiar, abandono infantil, entre otros. Esta es una problemática real e importante en México.

Asimismo, recordemos que el año pasado México era el primer lugar a nivel mundial en abuso infantil. De acuerdo con la organización sin fines de lucro Aldeas Infantiles SOS, 4 de cada 10 delitos contra menores eran cometidos por su círculo cercanos, aunque también hizo hincapié en la bajísima tasa de denuncia por parte de las y los menores. También, la OCDE estimaba que cada año 5.4 millones de menores en México eran víctimas de abuso sexual (60% de los delitos cometidos por familiares y amigos).

Entonces, la idea no es condenar el embarazo adolescente, sino dar cuenta de los problemas reales que viven la niñez y juventud mexicana en materia sexual para, así, señalar la gravedad de romantizar y exhibir uno de estos casos como un baby shower masivo. No se puede tomar como estandarte un caso tan delicado como lo es un embarazo infantil, hay que ser más humanos y respetar la dignidad de la menor de edad. Por otro lado, reitero la importancia de no imponer creencias personales sobre la salud y el bienestar de otras personas. Hay que ser más empáticos.

 

Por cierto:

 

El lunes pasado, la humanidad se vio envuelta en un détox de las redes sociales, ya que Instagram, Facebook y Whatsapp sufrieron fallas que impidieron su uso durante más de seis horas. Así, quienes utilizamos constantemente estas plataformas mudamos a Twitter que, a través de un tuit, saludó a “literalmente todos” en el momento en que las demás redes se encontraban inactivas. Desde ahí, los memes, las burlas y las quejas no se hicieron esperar. “El fin del mundo”, lo llamaron algunas personas. “Por fin, un respiro”, aclamaron otras.

Este fallo ocurrió en el peor momento posible para Facebook y su CEO, Mark Zuckerberg, en un contexto en el que se cuestiona la moralidad con la que se lleva a cabo la administración de esta empresa, anteponiendo las ganancias y la rentabilidad sobre la salud y seguridad de las y los usurarios.

Una de las voces críticas más llamativas y recientes es la de Frances Haugen, una científica de datos ex empleada de Faceboook,  quien ha declarado ante el Congreso de las Estados Unidos sobre los daños ocasionados por Facebook. De igual manera, la revista Time a dedicado su última portada a Zuckerberg y, al interior, cuestiona su papel al frente de la empresa al señalar que, con la excusa de la maximización del valor de la marca, se lava las manos sobre las responsabilidades con sus usuarios.

Este hecho nos abre una oportunidad para la reflexión. Quienes nos desarrollamos a la par de las redes sociales y las nuevas tecnologías, acostumbrábamos escuchar los regaños de papá y mamá por pasar mucho tiempo en el teléfono o en la computadora. En ese entonces, eran un mero distractor, una pérdida de tiempo.

Hoy, el escenario es drásticamente distinto, las redes sociales han abierto la puerta a nuevas maneras de socializar y, por ende, de trabajar. El comercio formal e informal, la organización de equipos de trabajo, la comunicación institucional/gubernamental, el acceso a la información, entre muchos otros aspectos; han evolucionado dentro de estos espacios digitales, más aún durante esta pandemia.

En ese sentido, la reflexión va alejada de los juicios de valor, pues calificativos como bueno o malo fallan en dar dimensión a las virtudes y los defectos de estas nuevas herramientas. Lo que sí podemos dar por hecho es que las redes sociales hoy se consolidan como una parte inamovible de nuestro día a día.

Por ello, a nivel individual, debemos medir su uso y dimensionar sus consecuencias, como usuarios y usuarias no estamos exentos de responsabilidad. Por otro lado, a nivel institucional, se debe establecer un diálogo entre el sector público y privado para que, de la mano del crecimiento de las empresas, venga un beneficio para las personas que consumen sus bienes y servicios. El desarrollo debe ser equitativo.

 

Entonces, ¿fin del mundo o descanso?:

 

diegopachecowil@gmail.com