Itinerario Hacia La Escritura - Prisionero de la violencia

Alejandro Cruz Solano en Cultura

Itinerario Hacia La Escritura - Prisionero de la violencia

Tiene veintinueve años, es robusto, es ingeniero en sistemas y sabe de artes marciales, lo conocí en un tratamiento, ha pasado por dos carteles en la Ciudad de México, pues es de allá.

La primera entrevista me lo enviaron para diagnosticar si requería desintoxicación con medicamento psiquiátrico; es ameno, con expresiones corporales de ansiedad, inicia, al parecer a propósito a contarme su vida en tres partes, su infancia, su adolescencia y su juventud.

Su madre casi nunca está con él en la infancia, ante el abandono de su pareja, tiene que buscar cómo salir adelante, entonces prácticamente trabaja todo el día.

Su infancia fue difícil, fue un niño prácticamente solo, abandonado a su suerte y expuesto a la violencia cuando la madre encuentra una segunda pareja; el hombre ejerce violencia sobre él, muchas veces, me narra, me zambullía en una cubeta llena de agua.

Ya en su adolescencia empieza a consumir piedra (droga dura) y cocaína, hasta que aparece la oportunidad de participar en la Unión de Tepito. Pasa el tiempo, sale de allí e ingresa al cartel (CJNG), cuyo rito de iniciación es comerse unas manos cortadas delante del jefe de la plaza, si alguien vomita, lo matan.

Ahora es padre de un niño pequeño, tiene sentimientos de culpa y miedo; pendía una amenaza, su cabeza o de la de su hijo. Por fortuna, hizo un favor y pactó una salida; pero los recuerdos son tortuosos, no puede dormir, participó en balaceras, mató personas, incluyendo niños, recogió bolsas con cuerpos mutilados y decapitados. La narrativa es horrorosa, retrata el perfil de los jóvenes prisioneros de la violencia, está trabajando para salir de allí.

Los recuerdos lo agolpan, aprieta las manos, sus rasgos parecen tiernos pero, también cuando se trabaja con un grupo parecen fríos; me dice, “cierto día nos fuimos a un jale, yo esperé afuera, cuando salió mi compa, venía con dos bolsas, me pidió ponerlas atrás de un vehículo, me dijo, ábrelas, y cundo lo hice eran las cabezas de dos personas”.

La vida se le ha vuelto un infierno, pero retorna a vivir por su hijo. Finalmente, ha tratado de vivir con su familia, sin embargo, la segunda relación de pareja de su madre volvió a fracasar y ahora se encuentra haciendo una nueva (la tercera dice él); en ésta última se siente mejor, parece jugar mejor la figura paterna la nueva pareja, me insiste, “muchas veces uno necesita un consejo, a mí nunca me lo han dado; yo no sé, pero es importante tener a un padre que nos guíe”, le pregunto sobre su relación con este último y me dice, “él me entiende mejor, pues sabe lo que es un dolor, su hermano se suicidó por drogas”.

El caso de ninguna manera es menor, entiendo que, primero, la importancia que tiene el papel de los padres en la educación de los hijos, la crianza, el cuidado, el manejo de límites, el afecto, la escucha. Segundo, la importancia que tiene hablar con ellos, indicarles con bastante capacidad asertiva (es decir, sin juzgarlos ni castigarlos) lo que es bueno para ellos, construirles objetivos, metas, sueños, un sano desarrollo y, finalmente, acompañarlos durante su desarrollo a prevenir conductas orientadas a las drogas.

Estos últimos meses me he topado con la problemática de las drogas en jóvenes y es muy lamentable que a su corta edad ya presenten signos de paranoia, esquizofrenia, ansiedad, depresión, trastornos cognitivos, entre otros. ¿Para qué escribo esto?

Para que entendamos que si no hacemos conciencia de cuidar a los hijos, de trabajar en las escuelas con los padres, de fomentar los círculos de trabajo con la familia mi pronóstico es que, seguramente estaremos encontrando prisioneros de la violencia. Allí se las dejo.

 

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