Helena Paz, un signo del olvido

En opinión de Óscar López

Helena Paz, un signo del olvido

La poeta Helena Paz vivió en la diferencia, como sitúa Lyotard a ese espacio en blanco existente entre letra y letra, pero generó letras, igual que sus padres, que han de leerse para comprender una alternativa que tiene México, ligada valores elevados, donde la cultura es un instrumento de construcción de Nación y no un linimento para heridas restableciendo el “tejido social”. Sí, la cultura como “ethós” hesiódico, wildeano, jüngeriano, donde los esfuerzos puedan encaminarse a develar la belleza y la justicia, como advierte Heidegger tras analizar a Jünger.

Acá se desestimaron sus Memorias, que la editorial Océano extrañamente publicó, dizque por frívola. Sinceramente, hay muchos escritores y escritoras banales, que venden mucho. No es el caso de Helenita que, sólo por su valor testimonial, pues da cuenta de sus padres, debía ser citada.

Debe reflexionarse desde ese marco literario que fueron sus padres: Elena Garro y Octavio Paz. No fue tan prolífica como ellos o, mejor dicho, no tan publicada. Quedó en ese espacio en blanco a que se refiere Lyotard y, probablemente por lo mismo, fue poco atendida como escritora. Al menos aquí, en este pobre México, que se conduele por su falta de imaginación y abundancia de narcos y corruptos. Requería de un escritor de la talla de Jünger para ser apreciada.

Helenita, apenas cobraba por sobrevivir. Una televisión y sus cajas de papeles y recuerdos la rodeaban, alejada ya de sus gatos y perritas, pues los vecinos se quejaron del mal olor. ¿Qué lleva a mujeres de elevada conformación espiritual a rodearse de esos animales? Heráclito, según narra la leyenda, prefirió pasar sus últimos días en un estercolero a vivir entre humanos. Y Aristóteles puntualiza, en su Política, que un hombre alejado de la sociedad es un dios, o una bestia. Hölderlin escribe un drama dedicado a Empédocles, que murió en el Etna, fiel a sus convicciones filosóficas.

En sus últimos días recordaba la amistad epistolar con su “Mago Blanco”, Ernst Jünger, único poeta y escritor reconocido y respetado por Adolf Hitler; estudiado y analizado por Martin Heidegger. Por cierto, nunca aceptó a Paz como amigo; cosas de la aristocracia espiritual. Ojalá un día se publique su correspondencia.

Por mera casualidad, Fondo de Cultura Económica publicó, en el año 2007, un poemario de Helenita, precedido por una carta de Jünger, “La Rueda de la Fortuna”, poco leído y apreciado. También la poesía –le dice Jünger- tiene su linaje y situaba en Rimbaud su fuente. Entre sus poemas hay uno que, en especial, llama mi atención: Disolvencias, en Morado. Da cuenta de una bella joven, que puede ser Anastasia, bebiendo café en Paris, mientras recuerda días hermosos, alrededor del huevo de Pascua, ese que cada año fabricaba Fabergé al último Zar de Rusia para sorprenderlo. Cuando acaba, se va sin pagar y es acremente criticada por los parroquianos. Casualmente, la nobleza no maneja dinero y desconoce ese código burgués del que tanto se burla Oscar Wilde, en su comedia La Importancia de llamarse Ernesto. Casualidad, o coincidencia, con anarquistas como Bakunin y Kroptokin, incluso con Fourier y Hitler, para quienes el origen de estos males se halla en la moneda; también, para Cervantes.

La Universidad Autónoma del Estado de Morelos jamás quiso reconocerla en vida. Guardó silencio y, hasta la fecha, ha preferido callar, aunque lance diatribas por la paz y dignidad.

Imagen de la revista El Perro Azul, de su archivo.