El Tercer Ojo - ¿Sociedad del Miedo y del Odio?

En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara

El Tercer Ojo - ¿Sociedad del Miedo y del Odio?

Los tiempos en los que existía el otro se han ido. El otro como misterio, el otro como seducción, el otro como eros, el otro como deseo, el otro como infierno, el otro como dolor va desapareciendo. Hoy, la negatividad (léase la negación) del otro deja paso a la positividad (léase la afirmación) de lo igual. La proliferación de lo igual es lo que constituye las alteraciones patológicas de las que está aquejado el cuerpo social. Lo que lo enferma no es la retirada ni la prohibición, sino el exceso de comunicación y de consumo; no es la represión ni la negación, sino la permisividad y la afirmación. El signo patológico de los tiempos actuales no es la represión, es la depresión. (…)  La presión destructiva no viene del otro, proviene del interior.”

 

Byung-Chul Han

 

 

Estimados lectores que han seguido, con esta colaboración, una trilogía dedicada al pensamiento del filósofo y ensayista sud-coreano, Byung-Chul Han, podrán darse cuenta que el “hilo conductor” de sus ideas es la comprensión y explicación de los rasgos y características que nos permiten identificar el “estado de la cuestión” de nuestra sociedad en estas dos primeras décadas del siglo XXI.

 

Baste, de nueva cuenta, citar los títulos de las obras que hemos glosado ya y que con esta colaboración se hace muy evidente.

 

Ciertamente, el día 13 de marzo último, en El Regional del Sur publiqué, en El Tercer Ojo, una colaboración intitulada ¿La sociedad del cansancio?, a propósito, de la lectura de un libro del filósofo Byung-Chul, La società della stanchezza (La sociedad del cansancio). Siguiendo por este sendero, la colaboración más reciente (24/04/21) se publicó, también en El Tercer Ojo, como el breve ensayo intitulado ¿La sociedad insensible?, a propósito de la obra del mismo autor, La società senza dolore (La sociedad sin dolor –que me permití traducir como insensible—). Esta ocasión, para profundizar aún más en los rasgos de nuestra sociedad, presentaré a ustedes una breve reflexión sobre su libro La expulsión de lo distinto (España, Herder, 2019) que trata de mostrar el carácter de una “Sociedad definida por el miedo y el odio”.

 

Byung-Chul Han parte de la demarcación de un conjunto de rasgos que encierran tal carácter de la sociedad. Me refiero aquí a: 1) El terror a lo igual, 2) El violento poder de lo global y el terrorismo, 3) El terror de la autenticidad, 4) Miedo, 5) umbrales, 6) Alienación, 7) Cuerpos que se nos contraponen, 8) Mirada, 9) Voz, 10) El lenguaje de lo distinto, 11) El pensamiento del otro, y 12) Escuchar.

 

Si bien, en nuestras colaboraciones precedentes mostramos las siguientes características:

 

  1. Nuestra sociedad se define por un aburrimiento, un agotamiento y un cansancio derivados de la naturaleza impredecible del rumbo que tendrá la existencia humana, así como por una ausente previsión y perspectivas fundadas en las intenciones y propósitos deliberados de nosotros, los seres humanos. Ergo, cual veletas en los mares, sin brújula y sin conductor alguno, esperamos y esperamos, sin esperanza alguna. Nos fundimos con esa realidad y subyugados por un sentimiento de indefensión. Estamos sujetos a las veleidades indiscernibles, y dejamos de ser, empero no dejamos de estar como objetos, como mercancías o como ilotas manejadas por fuerzas desconocidas.
  2. Nuestra sociedad, bajo el yugo de ese estado de indefensión queda, con toda certeza, bajo el manto de un dolor indescriptible, insuperable, indetenible y, cierto de su inevitabilidad, solamente nos deja protegidos por una “desensibilización sistemática y progresiva”; es decir, que nos tornamos insensibles a los otros, a nosotros mismos y, desde luego, al dolor. Una existencia progresivamente etérea, desvanecida, imperceptible, insensible e indolora.

 

Ahora, envueltos por una pérdida de nuestra singularidad, nos vemos inevitablemente subsumidos y fundidos en un espacio-mundo de lo igual; insensibles, indoloros, agotados, cansados, sin rasgo alguno que nos identifique y nos relacione con otros, quedamos presos de la igualdad.

 

Byung-Chul lo expresa de este modo: “Lo mismo no es idéntico a lo igual (…) una mismidad tiene una forma, un recogimiento interior, una intimidad que se debe a la diferencia con lo distinto. Lo igual, por el contrario, es amorfo”.

 

Pero aún agregará a esta sutil, pero relevante diferencia entre lo mismo y lo igual, con el propósito de caracterizar nítidamente a la “Sociedad del Miedo y del Odio”: “Las inseguridades sociales unidas a la desesperación y a un futuro sin perspectiva constituyen el caldo de cultivo para las fuerzas terroristas” que fueron creadas por el propio capitalismo neoliberal para mostrar un “enemigo” que nos dé unidad e identidad como islas iguales, pero sin mismidad.

 

Es decir, “Las inseguridades sociales unidas a la desesperación y a un futuro sin perspectiva”, “La certeza de la inevitabilidad del dolor y la angustia” demandan una fortaleza indolora e insensible, ¡Vamos! Impenetrable. Esa insensibilidad, ese cansancio o agotamiento, esa estructura indolora e impenetrable, nos torna, sin darnos cuenta, en seres únicos, solos y aislados e incomunicados (pero paradójicamente dentro de una vorágine de datos, informaciones y redes que matan las relaciones con los otros, con otras mismidades con forma propia).

Progresivamente hemos sido atrapados por lo igual, que no lo mismo. Somos iguales porque estamos vacíos y huecos, porque estamos desposeídos de una mismidad que le dé sentido a nuestra existencia.

 

Para hallarla entonces inventamos o creamos un “enemigo” que no proporciona identidad y pertenencia.

 

Naturalmente “los otros”, al tornarse en nuestros enemigos deben ser expulsados de “lo nuestro”. Ese “lo nuestro” que nos une, nos identifica y, también nos separa de los otros a quienes debemos expulsar o liquidar o eliminar.

 

Pero aún más, ¿cómo mercantilizar las diferencias que “nos unen o nos sueldan” para mantener esa unidad insular contra los otros?

 

Dos conceptos políticamente correctos emergen: a saber, la autenticidad y la diversidad. Ambas, naturalmente envueltas por nuestra insularidad que nos une contra el “enemigo”, contra los otros o lo otro.

 

La alteridad y la otredad quedarán al margen. Son útiles para ello. De no existir a quiénes expulsar. No queda nada. O, más bien, solo nosotros mismos para ser objeto de nuestra agresión.