El Tercer Ojo - La loca historia de la historia o la disputa por la historia de México.

En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara

El Tercer Ojo - La loca historia de la historia o la disputa por la historia de México.

Hace ya casi medio siglo de este suceso.

Al comenzar el último cuarto de siglo XX ingresé a la UNAM, particularmente al Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), Plantel Sur. Un lustro antes, ingresé a la Escuela Secundaria No 111 “Alexander Von Humboldt” y, desde ese inicio de la octava década del siglo XX fui testigo, y no mudo, y también actor de una lucha, nunca encubierta, por encontrar o hallar el significado y sentido que tiene la historia universal y de nuestra nación para comprender, explicar y proyectar ideológica y políticamente nuestra acción en la realidad política que se vive y afronta.

Seguramente que antes, mucho antes —cosa que descubrí al estudiar y buscar el sentido de la historia, como disciplina del conocimiento y no solo el objeto de conocimiento, nuestra historia humana, universal, regional o nacional—se expresaba en la dinámica social una disputa por la historia. Me quedaba claro que quien dispusiera del discurso histórico con mayor validez y verosimilitud poseía una concepción, una ideología y una perspectiva política.

De allí que la búsqueda sin término de la historia de lo que hoy tenemos frente a nosotros fuese un objeto de interés y un objeto del deseo inevitable.

Desde mi ingreso a la escuela secundaria, no tengo duda de ello, los maestros Arturo Vázquez Rangel —quien impartía la asignatura de historia—, Amado Graciano Miranda Carmona —profesor de biología—, Victoriano Muñoz —maestro de civismo— y Guillermo Sánchez Robles —quien impartió la materia de física— fueron insistentes y perseverantes en hacernos comprender el sentido de la historia dentro cada una de sus áreas de interés, así como de nuestra historia nacional, de modo que pudiésemos insertarnos en la vida política nacional. Desde ese entonces me acerqué al Partido Comunista Mexicano, al estudio del marxismo, al estudio de lo real bajo una óptica histórica, y a la militancia política.

Al llegar al CCH Sur, por su estructura y visión curricular, se agudizó y profundizó mi interés por hallar el sentido de la historia. Los profesores Raúl Fidel Rocha y Alvarado, Rufino Perdomo, Cuauhtémoc Ochoa, y algunos otros me permitieron confirmar que la “Disputa por la historia” no era una cuestión ociosa; mucho menos parecía intrascendente insertarse en esta historia para encontrar el sentido, no únicamente, de la historia, sino de nuestra nación, región, país, comunidad, familia y personalidad. Quizás por ello, aunque parezca paradójico, acicateé mi determinación de estudiar psicología.

La cuestión de la identidad —de especie, género, clase social, preferencia política o ideológica, afectiva, emocional o cognoscitiva— se halla nucleada dentro del espectro de la noción de sentido, dijeran Víctor Frankl, Boris Cyrulnik o Pavel, M. Iakobson, por citar algunos psicólogos que se dedicaron al estudio de esta cuestión. Más aún, Fernando González Rey (tal vez el psicólogo más importante que haya dado la Isla de Cuba) mostró claramente lo que recién he sostenido.

Noción de sentido, identidad, personalidad, sentido de pertenencia, etcétera, son incomprensibles sin la historia.

¿Historia para qué?

Pues bien, en esta hora, lugar y tiempo, resulta muy claro que esta disputa no cesa porque en el fondo lo que se encuentra como “Objeto del Deseo” no monolítico es la misma nación.

No es la intención de los personajes que luchan por imponer su manera de concebir la historia nacional quedarse plantados en este asunto, ¡No!

Pretenden justificar su visión y concepción de nación a desarrollar; es decir, la historia es la herramienta fundamental para atraer a la mayoría de los sectores sociales que componen el país para impulsar las actividades y acciones necesarias para alcanzar dichos propósitos.

Enseguida, ¿Únicamente existen dos visiones de la historia nacional en disputa —la que propone el gobierno de AMLO, con la “Cuarta Transformación” y seguidores de su lado—, y la que sustenta el conjunto de grupos que sistemáticamente se oponen al primer enfoque, definidos por los primeras como “la derecha” y los “conservadores” y “neoliberales”?

¿Es que acaso que la “Disputa por la Nación” queda reducida a estas dos visiones y proyecciones—léase proyectos— de país?

¿No existen otros enfoques históricos que provean de análisis más profundos y verosímiles para la comprensión y explicación de lo que acontece hoy en nuestra realidad sociopolítica y socioeconómica y, con base en ellos, proyectar una imagen del país que anhelamos, como debiera ser gracias a la fuerza de nuestras intenciones, intereses y fundamentos?

¿Con base en estas dos aproximaciones a la historia podemos hallar alternativas viables y realmente significativas para resolver los grandes problemas que aquejan a la nación —los urgentes y los fundamentales—?

Finalmente, si las respuestas que elaboremos no satisfacen la última de las cuestiones planteadas ¿Acaso no es el momento preciso para presentar otra visión histórica que satisfaga la expectativa de la anterior pregunta y que cumpla con los criterios mínimos de verosimilitud y credibilidad, fundada los principios teóricos y metodológicos propuestos por las ciencias sociales?