El Tercer Ojo - Breve Glosario de Términos en Salud Mental (Tercera y última parte).

En opinión de J. Enrique Álvarez Alcántara

El Tercer Ojo - Breve Glosario de Términos en Salud Mental (Tercera y última parte).

Tratando de concluir con este Breve Glosario de Términos en Salud Mental, Una vez que hube presentado los dos primeros niveles de reflexión, amables lectores que siguen esta columna, me propongo tratar sobre los conceptos más espinosos del análisis.

 

Debo recordar a ustedes que desde la primera parte de éste manifesté que la idea originaria de esta labor derivó de la realización del Conversatorio: “Salud Mental y bienestar psicológico en las sociedades contemporáneas”, dentro del Coloquio “Ecologías cerebrales: diálogos entre neurociencias, arte y cultura” organizado por la UNAM, junto con Zenia Yébenes, y Jesús Ramírez-Bermúdez y al cual fui invitado por el propio neuropsiquiatra.

 

Expresaba también que en tal evento se abordaron una serie de temas relacionados con las categorías de salud mental, bienestar psicológico, normalidad, patología, salud, bienestar, sociedades contemporáneas, adicción a la búsqueda de la idea de salud, “happycracia”, psiquiatría o psicología, entre otras cuestiones más.

 

En la segunda parte de esta serie presenté unas pocas muestras de las implicaciones de lo que siguiendo a la OMS puede uno hallar en sus documentos orientados hacia este ámbito del quehacer humano.

 

Como conclusiones a las cuales pude llegar al revisar sus definiciones enuncié que nos topábamos con:

 

  • Una ambigüedad de conceptos que más que precisar demandan procesos de interpretación por parte de los profesionales de la salud. Por ejemplo, términos como bienestar (que presupone al sujeto que goza de salud tanto como que sufre, padece o adolece de la enfermedad), desviación, causas conocidas (que excluye aquéllas aún desconocidas como en el cáncer, la esquizofrenia, los trastornos del espectro autista, etcétera y que sugieren más la elaboración de hipótesis que certezas a toda prueba); y
  • Una reducción biológica, o anatomofisiológica de la noción de enfermedad, que no incluye las cuestiones relativas a la cuestión “psicológica” o “social”.

 

El problema subsiste, pese al carácter taxativo de la OMS o de la APA, en tratándose de las cuestiones relativas a la “salud mental” porque como puede deducirse, siguiendo sus categorías y conceptos, persiste:

 

  • Una ambigüedad de categorías, términos y criterios para la identificación y el diagnóstico clínico dentro del campo de la denominada “salud mental”, además de que es preciso interpretar nociones poco claras como las de “disfunción”, “síndrome”, “trastorno mental” o “interferencia en la vida diaria”.

 

Tales sugerencias y orientaciones para la realización del diagnóstico clínico, es necesario hacerlo explícito, derivarán inexorablemente en la competencia que para ello posean los profesionales de la “salud mental” y, con base en su experiencia y conocimientos, tomen las decisiones acertadas e inobjetables.

 

Un aspecto que no se hace explícito en estas definiciones y demarcaciones conceptuales consiste en el hecho de que las prácticas clínicas necesarias para el diagnóstico clínico requieren, a fortiori, de una semiología clínica o médica, que permita al profesional de la salud interpretar adecuadamente el conjunto de signos y síntomas que conformarían la estructura patognomónica de uno u otro síndrome o trastorno y poder diferenciarlo de otros que poseyendo rasgos y características compartidas, no sería patognomónicas para el trastorno en cuestión.

 

Ello ha introducido, además del ya presentado desde la colaboración anterior (“trastorno o síndrome o enfermedad”), un par de términos que no por no haberse explicitado en los manuales es inexistente; refiero aquí las categorías de semiología clínica o médica y, desde luego, el de estructura patognomónica.

 

Esta cuestión ha sido superficialmente asumida bajo el concepto de “comorbilidad”, concepto que aparece como un elemento de carácter quassi estadístico y se correspondería plenamente con el de correlación. Es decir, un trastorno puede ser acompañado o correlacionado, sin que ello implique relaciones de causalidad, con otros trastornos, o rasgos y características –signos y síntomas—de otros trastornos sin que se sostenga una relación causal entre unos y otro. Vgr. Trastorno de Ansiedad, con o sin Hiperactividad.

 

Más aún, por ejemplo, en los casos de menores que han sido presuntivamente identificados o diagnosticados con un Trastorno del Espectro Autista (TEA), les endosan, además, Trastornos de Hiperactividad, Trastornos Específicos del Lenguaje, Trastornos de Conducta, Trastornos del Aprendizaje y otros más, como elementos de una supuesta “comorbilidad”.

 

Esta práctica clínica ha omitido otras categorías esenciales para un diagnóstico clínico acertado; entre ellos debo considerar las categorías de génesis, desarrollo y sistema.

 

Ello resulta inevitable porque, como debemos asumir, en la historia de la práctica clínica y diagnóstica se ha podido constatar que todas y cada una de las enfermedades, trastornos o síndromes no son estáticas; pueden identificarse un conjunto de condiciones que las hacen posibles –de aquí la trascendencia de la noción de génesis u orígenes—, además de que éstas, por ser dinámicas, sufren una serie de cambios a lo largo de la historia de la misma –por ello la importancia de una asunción de un enfoque evolutivo—y, finalmente, debe admitirse que tanto los orígenes, como el desarrollo de estas cuestiones de la salud mental se hallan insertas dentro de sistemas de relación familiar, comunitario, escolar, etcétera, y ello demanda un ejercicio de aproximación sistémico.

 

Ergo, una aproximación genética, evolutiva y sistémica, “compleja” –al decir de Edgar Morín—es imprescindible aquí, de otro modo, taxativamente estaremos atrapados bajo los yugos de manuales que no posibilitan una práctica clínica acertada. Mucho menos dentro de los espacios que se asignan a la “salud mental”.