El infierno de Culiacán

En opinión de Víctor Iván Saucedo Tapia

El infierno de Culiacán

Lo sucedido hace una semana en Culiacán es grave en distintos niveles.

Más allá de lo evidente que es el riesgo real y latente que existió de que hubiera incontables bajas civiles a manos de una desbocada delincuencia organizada, hay varias aristas que vale la pena analizar ante un hecho que deberá cambiar la manera en que este gobierno enfrenta a estos grupos delictivos.

Lo primero es evidente de acuerdo a la información que se conoce oficial y extraoficialmente, el Secretario Alfonso Durazo pretendía obtener todos los créditos por esta captura (para obtener bonos en su aspiración de gobernar su natal Sonora) y decidió emprender el operativo a través de un grupo de élite adscrito a la Guardia Nacional sin coordinarse previamente con el Ejército Mexicano o la Marina Armada de México, quienes tienen mucho más experiencia en este tipo de operativos, en su mayoría con éxito. Esto demuestra una preocupante falta de coordinación entre las áreas encargadas de la Seguridad Nacional, que solo está lastimando la imagen de la institución más noble del Estado Mexicano como lo son las Fuerzas Armadas; y eso debe y deberá siempre ser inadmisible, por que son ellos los que están invariablemente en la primera línea de fuego en defensa de todos los mexicanos de bien.

Lo segundo es la actuación de los sistemas de inteligencia del gobierno que no lograron advertir una potencial reacción tan virulenta del Cártel de Sinaloa, su capacidad de despliegue, su estado de fuerza y no previeron el resguardo de espacios específicos como la zona donde habitaban las familias de los militares,  el reforzamiento de la seguridad en los potenciales puntos de resguardo del detenido y el aseguramiento de la ruta de salida de Ovidio Guzmán en caso de que (como se ha hecho en otros operativos) pretendieran sacarlo de inmediato por aire. Aquí hay de dos, o las áreas de inteligencia fallaron, o no fueron tomados en cuenta. En el caso de ser una falla, sería muy grave que la iniciativa de acotar las funciones del CISEN se consolide como un error de cálculo que esté poniendo en riesgo a los elementos de tierra que ejecuten este tipo de operativos. Claro que el CISEN debe dejar de ser un aparato de espionaje político, pero no debe dejar de ser un área que permita al gobierno allegarse de información y procesamiento de datos en beneficio de la seguridad nacional.

Por otro lado, me preocupa que la política implementada en este sexenio de no repeler agresiones en distintas confrontaciones en varios puntos del país, haya mandado a los grupos de la delincuencia organizada un mensaje erróneo sobre el respaldo que tendrían del Presidente de la República en el caso de repeler una agresión y les generó la confianza de contraatacar como nunca en la historia del país llegando incluso a amenazar a las familias de los militares; de ser así, se exhibe a las Fuerzas Armadas como débiles, desarticulados y sin el amparo moral de su Comandante en Jefe. Una vez más, inadmisible. 

Más allá de todo lo anterior, me llama la atención el cambio de rumbo en la política de seguridad, al inicio del sexenio, el Presidente López Obrador fue muy puntual en decir que la época de los grandes operativos para capturar a los capos había quedado atrás, que ahora se atenderían las causas que dan pie a la inseguridad y a la violencia y así desarticular al crimen organizado. ¿Quién o quiénes convencieron al Presidente de cambiar esa idea y realizar un operativo en el corazón del Cártel de Sinaloa para detener a un hijo de Joaquín Guzmán Loera aparentemente con fines de extradición? Se menciona constantemente una potencial intromisión de la DEA, algo que no sería nuevo.

Por último, como corolario a una estrategia desastrosa, se da la orden de liberar a un presunto delincuente que en teoría ya estaba en resguardo del Ejército o de la Guardia Nacional para cumplimentar su detención, lo cual no sólo podría constituir un delito, si no que es una muestra de sumisión del Estado ante el poder desplegado por los delincuentes.

Ojo, comprendo la postura de salvar vidas, pero no la comparto, a mi juicio la mejor manera de evitar la muerte de civiles pasa por una estrategia de prevención, delineamiento y ejecución de un operativo con inteligencia, pulcritud, coordinación y ejecutado por aquellos con más experiencia.

Me parece increíble que no previeran la posibilidad de que hubiera muertos cuando penetras a Culiacán a detener a un personaje de ese nivel. Las vidas se debieron salvar antes, no a cambio de la entrega de un delincuente.

Hoy el país se encuentra ante la disyuntiva de que debe modificar su estrategia de seguridad, se debe lavar el nombre de las Fuerzas Armadas y evitar que un episodio como este se repita jamás en ningún punto del país.

 

A las Fuerzas Armadas mi reconocimiento, mi gratitud, mi respeto y mi confianza absoluta.

Este episodio en nada mancha la grandeza de esa institución.