Cuando sea demasiado tarde... - El final de la democracia.

En opinión de Gabriel Dorantes Argandar

Cuando sea demasiado tarde... - El final de la democracia.

Hace muchos años escuché a un especialista en derecho constitucional decir que “la democracia no es la mejor opción, pero es la mejor que tenemos.” Henos aquí, unos 10 años después de esa conversación, y no me queda más que decir que la democracia era la mejor opción que teníamos hace unos 100 años. Como bien dijo el pelmazo en turno hace unas mañanas, elección verdadera, la de Madero. Eso, con el privilegio de la asunción de un hecho que ocurrió cuando ninguno de nosotros éramos siquiera una posibilidad de ser idea. Así que bueno, si el preciso lo vivió, ahí que se los cuente él.

            Respecto a lo que su servidor ha podido ver, el espectáculo que los vecinos del norte prepararon para nosotros esta semana, nos ha tenido a todos fascinadísimos. El mundo ha observado con horror el transcurso de una elección que ha cimbrado a todos los sectores de la sociedad norteamericana. La lección que nos estamos llevando no sólo es sobre democracia, sino de las razones por las cuales es importante entender el apego a la legalidad y las maneras que existen de doblar las reglas a favor de un candidato. Nuestro país tiene un sistema electoral menos complejo, que permite manejar los números hacia un lado o hacia el otro, pero dicha incursión se hace a través de la intromisión directa en el voto. Gran parte de los recursos recaudados por los partidos se destina al elector mismo, el fuerte del mapache mexicano es la compra del voto, a través de las diversas estrategias ya conocidas por casi todos: el carrusel, el ratón loco, las despensas, la mercadotecnia, et cetera, ad nauseam. El mexicano está acostumbrado a que el voto se compre; tengo entendido que durante la elección anterior el costo de un voto se calculaba sobre los mil pesos en metálico cantante y sonante. Las últimas elecciones presidenciales de este país vieron nuevas estrategias, de las cuales el populismo fue más fuerte que el capital directo.

            Las elecciones norteamericanas nos mostraron un nuevo nivel de delito electoral. No quiero pecar de inocente y decir que en otros países, incluyendo el nuestro, el presidente en funciones no mete las manos en los procesos, desde la designación de los candidatos hasta el resultado final de las elecciones. A nosotros, por lo menos, se nos da el privilegio de dorarnos la píldora. Se gastan millones en spots publicitarios donde todos manifiestan respetar el sistema y la voluntad del electorado, aunque en la realidad nadie lo haga. El presidente Donald Trump demostró que, no sólo se leyó el Manual del Mapache completito, sino que también le añadió un nuevo capítulo: el de la desfachatez. Hagamos un pequeño paseo por las acciones que ocurrieron los últimos meses.

            Primero, el presidente Trump abiertamente atacó la estructura del voto alternativo, el cual fue clave para poder realizar las elecciones durante el transcurso de una pandemia que se lleva, cuando menos, a uno de cada diez personas que la padece. Los estadounidenses tenían ya establecido el mecanismo del voto por correo, el cual sirvió de base para la estrategia de Trump. Inicialmente se manifestó en contra del voto por correo, sosteniendo su desconfianza en la legitimidad del proceso (¿les empieza a sonar familiar?). Por ello, se emprendieron acciones legales para limitarlo, y no se dejaron esperar las imágenes y noticias de cómo el sistema postal recogía los buzones mismos de las calles. Al mismo tiempo, Trump urgía a las masas a acudir al voto presencial, clamando que el coronavirus no es una amenaza y la innecesaridad del voto por correo. Una vez logrado este ataque, recurrieron a los discursos de siempre: el sistema está podrido, el contrincante es corrupto, “nos están robando la elección, manito” (eso ya tiene que sonar familiar, apreciado lector).

            Aquí es donde se encuentra la verdadera genialidad de esta nueva estrategia. El plan original era hacer que los votantes a favor del partido republicano realizaran su voto presencialmente, mientras que los votantes de corte más moderado y con plena confianza en su sistema, lo hicieran tranquilamente a través de los canales alternativos. La meta de esta estrategia era que las huestes de Trump se vertieran sobre las urnas, mientras que, una vez transcurrida la jornada electoral, alegar a los cuatro vientos la ilegalidad del proceso debido a que estaban apareciendo votos en los sacos de correo que no necesariamente le favorecían. Poco sorprendentemente, los votos que vienen en los sacos de correo le dieron la ventaja a Joe Biden, el candidato demócrata. Nos están robando la elección, clama Trump. Los votos que llegan por correo favorecen a mi oponente, lo cual sería evidencia de que los paquetes electorales vienen embarazados (ese canto ya suena más familiar).

            El presidente Donald J. Trump, actual Commander in Chief de los Estados Unidos de Norteamerica, es el mapache más notable de toda la historia, por abiertamente haber manipulado no sólo el sistema electoral, por un lado, sino al padrón electoral mismo, para auxiliarlo en el aseguramiento de la elección, y todo siendo el presidente en funciones. Es por esta razón que le daremos el premio al “Panda Rojo” al pelmazo en turno del vecino del norte, porque ¿qué otra cosa es un panda rojo, si no es un mapache de grandes dimensiones?

            La democracia verdadera ha muerto, y fueron los gringos los que terminaron de matarla. Ahora sólo quedará esperar el delito electoral más sobresaliente, esperar a que vuelva a aparecer el Panda Rojo, para celebrar su aparición.