Caricatura Política - Todo contra Newton

En opinión de Sergio Dorado

Caricatura Política - Todo contra Newton

 

         Contraviniendo a Newton y al Gran Tlatoani, la encargada de la educación de la Gran Tenochtitlán demostró que la teoría de la gravedad no solamente se aplica de arriba abajo sino también de abajo arriba, lo cual, desde luego, enfureció al Gran Tlatoani quien mañana a mañana canturrea y disfruta el inmenso placer de barrer los escalones del Templo Mayor de arriba abajo en favor de la pobreza mexica y del veloz exterminio de las malvadas artimañas del decrépito conservadurismo.

         Después de la drástica reprensión dedicada a la susodicha quien con la cola enroscada entre las patas hubo de subir al proscenio donde se hincó de golpe y con el rostro empapado en lágrimas amargas pidió perdón compungido tanto al Gran Tlatoani como a la nación entera. Y para mejor escarmiento por su indisciplinado proceder y desafío inmundo, careció de silla preferencial y tuvo que permanecer de pie contra una esquina del Templo Mayor portando orejotas de burro confeccionadas al troche moche con el papel amate de su cuaderno de notas científicas.

         Fueron días tan aciagos aquellos que la dama se auto infligió un ostracismo que duró un par de días, además de auto flagelarse la espalda desnuda con las orejotas de burro una tarde irremediable en que no pudo contener un puchero infantil al recordar el acto humillante que hubo de padecer ante el escarnio desmedido de la nación. Al tercer día, sin embargo, resucitó de la tribulación, y como Galileo Galilei quien por instinto de conservación aceptó la posición de sus analfabetos adversarios, se re convenció a sí misma de tener toda la razón: “la ley de la gravedad también ocurre de abajo hacia arriba”, discurrió con un suspiro reparador.

         No fue fácil trabajar en lo oscurito, pero aun así gusto le dio haber conservado las orejotas de burro donde quedó registrado en letra diminuta el secreto de su investigación. Así, en la madrugada desarrugó el amate y con antorcha en mano repasó con cuidado los pasos procedimentales, encontró el serrucho de obsidiana entre cientos de triques de la cocina, y con esmero ardiente y comedido, se puso a medir y cortar los triángulos de madera tridimensionales necesarios para construir la rampa en el lugar de los hechos.

         Desde luego que los tiempos fueron también calculados con precisión. Sabía que el Gran Tlatoani barría de arriba abajo los escalones a las seis de la mañana. De ahí la importancia de llegar a la falda del Templo Mayor a más tardar a las cinco en punto. Y sí, de acuerdo con la hora planeada, llegó apresurada cargando una bolsa negra enorme, los triángulos bien pulidos y barnizados con sebo de sacrificio reciente para ensamblar la rampa de ascenso, y una escoba de huizache despeinado para comprobar la hipótesis de trabajo.

         Al pie del Templo Mayor, la atareada maestra vació la bolsa descomunal y empezó a barrer el contenido hacia arriba con esfuerzo sobrehumano. La tarea, desde luego, no fue nada fácil, fue como empujar contra Newton la nieve del Popocatépetl, pero no desmayó en su afán, convencida de que así y sólo así recobraría el afecto y reconocimiento de la cúpula nacional.

Cuando la maestra empujó el último escobazo de contribución voluntaria a la causa fue que vio salir silbando al Gran Tlatoani con su escobita de juguete, quien al ver la montaña de billetes aventó el juguete escalera abajo y corrió feliz a abrazar a la encargada de la educación, quien a la postre, y ya sin orejotas de burro, recuperó una silla más que privilegiada en el corazón del escenario transformador.