Caricatura Política - ¡A la guerra virulenta sin fusil!

En opinión de Sergio Dorado

Caricatura Política - ¡A la guerra virulenta sin fusil!

Ante el inminente retorno a clases presenciales en los calmécacs venidos a menos por culpa del neoliberalismo inoportuno del pasado eterno, que ni la lluvia ni los truenos ensordecedores y rayos centelleantes de Huitzilopochtli pudieron contener, incluso echando mano de ungüentos aceitosos en ebullición plena, trescientos treinta y tres Ave Marías fervorosos y cientos de felinos chamanes rugientes y azuzados con humo de chile de árbol tatemado en los ojos para no sentir los topes contra la sólida piedra del Templo Mayor, una maestra trepó al dios Facebook una borrosa pero esplendorosa fotografía de los insumos que su recinto educativo recibió de nuestro preocupado y empático tlatoani regional Iztac Tlategüiani, para que sirva como un escudo protector que envuelto y estampado por el Supremo Tlatoani allá en los poderosos confines de Tenochtitlán, fue traído por el painani más veloz del universo entero, no sin antes dar una vuelta en sentido contrario a la rotación del sol y dos a la luna sin sentido, para llegar sudando y sofocado a la tierra de la guayaba anaranjada, mejor conocida como la Pandemia Eterna, para que los miles de escuincles y docentes del paraíso que es  Cuauhnáhuac, resueltos y echando a un lado los besitos lujuriosos en vez de los mosquetazos certeros de la guerra, abran batalla furiosa contra el bicho sin Astra Séneca pero con el escudo imperial y el valor temerario ancestral del pueblo sabio, que protegido por el dios menor Ometochtli -o cuatro orejas de conejo pardusco, según versión definitoria de la Real Academia Nahuatlaca (RAN)-, encaren la ponzoñosa picadura del Covid19, que como la méndiga sota española cargando la carabina de Ambrosio, tregua piadosa nos niega, y promete aun la amenaza ultra marina y gachupina de que nunca jamás habrá otro árbol con noche triste en Cuahnáhuac, Tenochtitlán o el entero cosmos sideral. La sota, francamente mueve a la risa, pero dicen que el virus duerme a la gente para siempre.

            Entre la neblina espesa de la fotografía, se alcanza a distinguir un tramo corto de jerga mexica, una escoba moderna y un mechudo nuevo, aunque no se le observa, o no se le alcanza a ver etiqueta alguna debido al tamaño diminuto de la imagen, o acaso por la vista casi podrida de quien esto relata sin el debido respeto y descuidando la solemnidad que guardar se debe al poder totémico del Templo Mayor. Pero echando esfuerzo esmerado al frente, y entrecerrando los ojos, se ve también un termómetro digital y un dispensador de chisguete con un solo litro de gel antibacterial.

Instrumental que resulta divertido al picudo Covid, que se revuelca patas arriba por el suelo, y a carcajada limpia deja sus huellas con puntitos someros en la tierra, porque otra maestra de otro recinto educativo cercano a la Luna expresa, con una respuesta provocada por el estímulo de la fotografía subida al mismo sitio del dios Facebook, que la maestra de la foto nebulosa es en verdad una célebre mujer suertuda, pues donde ella labora ni siquiera el timbre del recreo ha llegado.

Y ya se han de imaginar ustedes la doble alegría de la bolita con piquitos, que ya se hizo pipí y salpicó a medio mundo con un líquido verdusco maloliente que hace correr a todo mundo de puntitas por todos lados, y vomitando torrentes de asco sin cubrebocas.

¡Puf! ¡Fuchi, caca!

 

 

 

 

Puede ser una imagen de interior

 

reveladora que molestó a sus amigos de esta plataforma