¡Cállate los Ojos! - Un Cristo con aureola de papel III

Un Cuento de Lina Ma. Pastrana

¡Cállate los Ojos! - Un  Cristo con aureola de papel III

Su Compadre le preguntó entonces: -¿Y cómo lograste eso? A lo que Melesio respondió: -Pues le prometí que después de cobrar el rescate yo lo invitaría a tomarse unas chelas al Bar que él escogiera.

La carcajada de los tres hombres resonó en la estancia y Melesio agregó: -¡Miren carnales! Y ¡ya! en serio, lo tengo bien mansito ya no es necesario taparle la boca todo el tiempo ni traerlo con la correa tan corta. En verdad ¡Yo me encargo!

Sus cómplices continuaban bromeando y Melasio al ver que había ganado su confianza se retiró para pasar la noche al lado de su familia.

Los siguientes días transcurrieron sin ninguna novedad, la rutina se presentaba tranquila. El hombre aunque lastimado, trataba de comer lo necesario. Cuando no estaban sus cómplices Melesio ni siquiera se preocupaba de taparse el rostro y comenzaba a charlar un poco con el prisionero a quien le contó:

- Ojalá y me entiendas carnal, pero no sabes lo pobre que estoy. ¡Imagínate! Mi mamá ya es una vieja con bastón y todo. Mi hija va en la secundaria y las dos me necesitan mucho. Fue hasta ese momento que le conoció la voz a su prisionero cuando éste le preguntó:

-Y tu mujer ¿No te ayuda? Molesto por la pregunta le dijo: -¿Qué, de qué hablas? El hombre insistió  -¿De tu mujer? De la madre de tu hija ¿Ella qué hace?

Verdaderamente enojado le contestó: Y a ti qué te importa “mugroso riquillo”. Que, yo te estoy preguntando por tu vieja. Eso es un asunto que solo a mí me importa. Al día siguiente Melesio se presentó ante su prisionero con varios discos  y le dijo: -¡Riquillo! Te traje música para que no te aburras, me dijeron que ni tele ni radio  podías escuchar, pero yo creo que esto, te va a entretener algo. Y otra cosa, te perdono por lo de ayer.

Los días transcurrían  sin ninguna noticia sobre el rescate. Melesio comenzó a preocuparse cuando notó que su prisionero comenzaba a rechazar el alimento. Molesto le gritó: ¿A qué horas vas a tragar? Cada día estás más flaco.

El hombre comenzó a llorar y a gritos le contestó: - ¡No tengo hambre! Lo único que quiero es morir. Melesio le respondió: ¡No desgraciado! Si tú te mueres me arruinas el negocio. No te puedes morir mientras yo te esté cuidando. Y después de cubrirle la cabeza con el saco de tela, enfurecido salió de la recamará. Fueron unos cuantos minutos los que pasaron para que él se arrepintiera de ese arranque.

Se acercó a la recámara y le pareció que el llanto y los lamentos de aquel  hombre comenzaban a cambiar, hasta llegar a escuchar un timbre de voz que le sonaba familiar. Entró nuevamente  y le pareció que aquel cuerpo  flaco que estaba sobre el colchón había encogido un poco.

Pero ahora llevaba puesto un vestido de color amarillo que también le parecía familiar. Intrigado se acercó a quitarle el saco que cubría su cabeza y con horror notó que se trataba de su hija Inés quien bañada en llanto le decía: - ¡Papá papacito!  ¿Por qué me están haciendo esto, por qué me hacen tanto daño. ¡Ya no lo soporto, quisiera morirme! ¡Por favor ayúdame!

En esos momentos escuchó que se cerraba la puerta de la entrada y se dirigió a la estancia. Notó que “El Pelón” acababa de entrar y furioso se fue contra él mientras gritaba: - ¡Son unos desgraciados! Se llevaron al “Riquillo” y en su lugar pusieron a mi hija. ¿Por qué hacen eso?

“El Pelón” se zafó de los puños de Melesio mientras le reclamaba: ¿Qué te pasa maldito loco? Yo ni siquiera conozco a tu hija. Para que la tendríamos aquí  si ella no vale ni siquiera un peso.

Melesio seguía vociferando: -La pobre está gritando, por todo lo que le han hecho, me está pidiendo ayuda.

“El Pelón” lo tomó por el brazo y dirigiéndose a la recámara le contestó: -Vamos a ver si eso es cierto. ¡Enséñame a tu hija!  Melesio adelantó el paso y su compañero le gritó impaciente: - ¿Qué estás haciendo idiota? Tienes que taparte la cara antes de entrar.

Los dos se cubrieron la cabeza y Melesio notó que, sobre el colchón estaba nuevamente el cuerpo del hombre que tenía prisionero, vestía como de costumbre un pantalón gris y una playera azul.

“El Pelón” se acercó a quitarle el saco que lo cubría y Melesio pudo constatar que era el  rostro del “Riquillo”.

Fue entonces cuando “El Pelón” comenzó a gritarle mientras lo empujaba: - ¡Ya viste borracho estúpido! Es el mismo buey de siempre. Y ahorita mismo te largas a tu casa, yo me encargo de cuidar la mercancía. Continuará…

 

linapastranautora@gmail.com

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