Atlacholoaya, la reinserción y la violencia.

En opinión de Aura Hernández

Atlacholoaya, la reinserción y la violencia.

“¿Cómo podría dejar de ser la prisión la pena por excelencia en una sociedad en que la libertad es un bien que pertenece a todos de la misma manera, y ala cual está apegado cada uno por un sentimiento universal y constante?

 

Michel Foucault.

 

En una de las obras más recurridas por los estudiosos del control social, Vigilar y Castigar, Michel Foucault nos enseña magistralmente, la evolución del sistema punitivo penal y como este cambió el castigo del cuerpo, a las prisiones. Hasta antes de la Revolución francesa el criminal era identificado y su castigo era un espectáculo público ejemplar, la penase ejecutaba sobre el cuerpo; se torturaba, se desmembraba a los delincuentes. Un ejemplo clásico de  infringir el castigo a través del cuerpo fueron las formas punitivas de la Inquisición.

Siguiendo con este clásico, esto cambio con la sociedad disciplinaria que se inauguró en el siglo XIX, se sancionaba la conducta anormal, se buscaba encauzar la moral del individuo y era un castigo silencioso en reclusión y  la prisión constituyó el invento moderno para ello. Con este cambio de paradigma, en prisión se buscaba ejercer una vigilancia constante y sanciones normalizadoras, de ahí la importancia del diseño arquitectónico panóptico que hiciera posible vigilar sin ser visto.

En el año 1900, se inauguró en México, para orgullo de Porfirio Díaz, el Palacio de Lecumberri, que ya respondía a esta concepción punitiva y surgió como producto de la reforma penal de 1871 que impulsó el gobierno federal y estuvo inspirada en la de propuesta de Jeremías Betham que refiere Foucault en su obra.

Muchas historias se han escrito sobre los horrores de Lecumberri, que no solo fue una cárcel para infractores de la ley, sino que se convirtió en una cárcel política. Lo mismo se recluyó ahí a “Goyo Cárdenas” el estrangulador de Tacuba que a Demetrio Vallejo, a Valentín Campa, a Heberto Castillo, a Ramón Mecader el asesino de León Trosky, a Pancho Villa y a los muy celebres jóvenes, dirigentes del movimiento estudiantil de 1968.

Afortunadamente Lecumberri ya es desde 1976, la sede del Archivo General de la Nación. Pero, ¿qué son las cárceles hoy en día,  aparte de infiernos, escuelas del crimen y plazas que se venden al crimen organizado? Son también  los 34 muertos y 32 herido en el penal de Las Cruces de Acapulco en 2017, los 49 reos sacrificados en Topo Chico en 2016 y por supuesto los siete muertos y todas las personas heridas en el motín de dos días que protagonizaron unos y padecieron otros en el penal de Atlacholoaya cuya exhibición en redes sociales hizo gala de una naturalidad que por lo menos a mí, me heló la sangre.

Hoy, con todo y la reforma penal de hace algunos años que se sustenta en la presunción de inocencia y en la que ya no se da por sentada la prisión preventiva, conviven en esa tierra de nadie, lo mismo un campesino que taló un árbol considerado especie protegida, que un jefe de plaza del cártel dominante en la ciudad, que una mujer detenida con droga que en el aduana carcelaria que solo buscaba proveer a su pareja, o que un primo delincuente detenido por robar leche y galletas en el supermercado.

En el caso de del motín de la semana pasada en el penal de Atlacholoaya, Morelos, aparte de las rencillas entre cárteles que acusó el Comisionado Estatal de Seguridad, uno de los factores de mayor conflictividad es indudablemente la sobre población y el hacinamiento que constituyen el caldo de cultivo en el que germinan todos los males de que adolecen los centros de reclusión penitenciarios en este país. Lo anterior, sin menoscabo del viejo problema del autogobierno, con el agregado que ahora tiene como líderes a personajes de la delincuencia organizada.

Conocí el horror de las prisiones en México, en los años ochenta como estudiante que realizaba prácticas profesionales, después en los años noventa me interesé en el tema por razones del ejercicio de mi profesión que tenía como eje las violaciones a los derechos humanos que ahí prevalecen y, aun cuando actualmente no he ingresado a ningún centro de reclusión, tengo noticias de que con todo y que tenemos una legislación robusta y garantista, el día a día de las personas privadas de su libertad no ha cambiado significativamente.

Es innegable que formalmente ha habido progresos, eso explica por ejemplo la existencia de un Ley de Ejecución penal, que ya la quisieran muchos países del continente en los que, paradójicamente, la cotidianidad de las personas privadas de su libertad es cualitativamente diferente; explica también los resultados que antropólogos, creadores y defensores han tenido, luego de un trabajo muy arduo en los centros penitenciarios, para lograr una auténtica reinserción social.

Pero no queremos que sean los menos, no queremos una reinserción aislada, es deseable que la Ley se haga política pública real, que se termine con el abuso y la corrupción que históricamente ha sido un flagelo para el sistema penitenciario. La reinserción a la sociedad es un derecho, no necesitamos ver nuevamente el castigo en los cuerpos como se exhibió la semana pasada en las redes sociales de una manera tan descarnada.