Arco Libre - Otra historia clásica de familia mexicana Parte II

Hugo Arco en Cultura

Arco Libre - Otra historia clásica de familia mexicana Parte II

… En otra ocasión, en casa de mis tíos, era domingo por la mañana y mi primo y yo jugábamos, también mirábamos la televisión, de pronto escuchamos del cuarto de mi prima, la mayor, unos gritos, parecía que se estaba quejando o regañando a alguien. Y sí, del cuarto salían sentencias como “¡eres una india! ¡no sabes hacer nada! regrésate a tu naco pueblo ¡inepta!. La razón era  que ella había pedido sus hot cakes con miel de maple y no con miel de abeja y esta Amalia, la trabajadora doméstica, tenía que pagar por aquel error. Fue entonces que me di cuenta de que no solo sus vecinos ejercían ese racismo, sino también en la misma casa de mis primos.

 

   Luego más adelante, cuando ya iba a la secundaria, recuerdo haber tenido unas compañeritas de trenzas, que tenían rasgos indígenas muy marcados, pues yo siendo adolescente les busqué, por hacerme el chistoso, un apodo. Les puse “las galletas” por las galletas marías. Ahora me avergüenza, incluso en la actualidad una de ellas sigue en contacto conmigo y nos escribimos de vez en cuando. No hace mucho le pedí otra vez disculpas por el racismo que también ya se me estaba trepando.

 

   La palabra naco yo la conocí en la casa de mis primos. Siempre en la comida salía a colación ese adjetivo que iba dirigido a algún vecino, amigo o algún familiar, incluso llegaba hasta a mi papá cuando se dejaba el bigote. Curioso que recuerdo a mi tía y a mis primos decirlo con mucha frecuencia en cambio a mi tío, nunca.

 

   Al pasar los años, mi abuela Vicki, ya viuda de su segundo matrimonio vivió algún tiempo sola hasta que me fui a vivir con ella. Estuve alrededor de ocho años acompañándola. Posteriormente falleció y su casa quedó a disposición de mi papá y de mi tía. En esos tiempos mi papá había ya sido despedido de PEMEX por un recorte de personal, duró unos diez años en la paraestatal. Con la indemnización decidió comprarse un microbús, fue entonces que trabajó como chofer de la ruta 27, levantándose todas las madrugadas para terminar hasta muy tarde, para poder pagar la letra que cada semana tenía que depositar. Yo recuerdo que le gustaba más trabajar ahí que en PEMEX, iba con mucho entusiasmo la mayoría de veces. Los sábados en la mañana que le tocaba pagar, lo recuerdo contando con mucho cambio, haciendo montoncitos de monedas y billetes y me decía: “uy mijito, si este dinero fuera nuestro…”

 

   Después de tres años, llegó el día en que por fin  fue suya. No recuerdo ningún festejo. Creo que por esos tiempos me alejé de él por un tiempo, la rebeldía adolescente me había invadido. Después de algunos meses,  sin medir consecuencias y para ahorrarse algunos pesos, se le hizo fácil falsificar el seguro que le exigía el gobierno para no sé qué papeleo del microbús. Borraba con una goma tan solo un número que le permitía generar ese “ahorro”. La vida, ni tarde ni perezosa se lo cobraría y un día en la mañana desapareció su microbús. Así sin más, mi papá se había quedado sin patrimonio. Mi ausencia con él de meses se rompió y lo busqué para acompañarlo en su desgracia. Lo recuerdo obviamente muy abatido, muy preocupado y así sin más tuvo que ir con su cuñado para ver si le podía hacer un préstamo. Pensaba en adquirir otro transporte público, pero algo más chico, menos caro y complejo, pensó en un taxi. Al llegar a las oficinas de mi tío lo recibió y le dijo que sí, que volviera en un par de días.

 

 Al llegar el día marcado mi tío le sentenció: “te voy a dar 100.000 pesos, solo que necesito que me firmes unos papeles”. Mi papá desesperado le firmó todo lo que le dio. Y entonces la casa de mi abuela, un espacio que se encuentra entre dos avenidas sumamente importantes en el centro de Mixcoac, que ocupa toda una esquina, de dos niveles, con azotea y garage, con otro espacio que se renta para un negocio, por completo fue a pasar a manos de mi tío. El patrimonio que le correspondía a mi papá se había esfumado en un instante por la cantidad antes señalada. Ahora esa casa fácilmente vale más de 8 millones de pesos. Unos días posteriores al “acuerdo”, yo llegué a ir como de costumbre a aquella casa de mi abuela a la que fui tantos años, pero no pude entrar, las chapas ya habían sido modificadas.

 

   Tiempo después mi tío se enteró de que estaba estudiando la preparatoria y ciertamente me apoyó para pagar algunas colegiaturas. También supe que años atrás, antes de que yo naciera, él había apoyado en algunas ocasiones a mi abuela, ya que por esos tiempos ella se encontraba con algunos problemas de dinero. Aun así, con todo y sus detalles, me quedé con un sabor agrio, ya no fue el modelo a seguir que yo admiraba de niño. Obvio, viví en carne propia algo que me pareció una injusticia. Yo sé que todo él lo hizo ver de forma legal, pero fue rapaz, él vio por él y por su familia, diría mi abuela.