Arco Libre - Esteeeeebaaaaan (Parte I)

Hugo Arco en Cultura

Arco Libre - Esteeeeebaaaaan (Parte I)

Todas las familias están plagadas de historias, la mayoría podrían ser dignas de un guión o de una novela. A veces nos toca ser testigos de una muy cercana que no precisamente sea la propia y que nos deja recuerdos tatuados. Esta es la historia de un amigo  que ahora vive la vida de adulto, ya con dos hijos y que veo muy de vez en cuando.

Nos conocimos gracias a que éramos vecinos de la misma vecindad, a mediados de la década de los 80’s. El territorio nacional estaba plagado de gobiernos priístas. En la ciudad recuerdo estaba la ruta 100. Nuestras madres se conocieron cuando cursábamos tercer año del CENDI.

Su nombre es Esteban. Su mamá, la señora Bertha, era una persona bastante singular. Tenía diabetes, tomaba diario coca cola light. Más o menos con una estatura de 1.65, cabello lacio hasta la cadera, senos gigantes y pestañas increíblemente grandes (siempre decía que eran naturales) me recordaban inevitablemente un poco a la famosa Morticia, con una aura oscura y con algo de telarañas de entre los brazos que al menos yo me imaginaba, era una señora elegante y tenía un buen corazón aunque contaba con decisiones para algunos, difíciles de comprender.

En muchas de las tardes, cuando lográbamos todos los muchachos convencerla para que lo dejara salir a jugar, ella cada cada quince minutos se dirigía hacía a su balcón para llamarle: “ESTEEEEEBAAAAAN,  ESTEEEEEBAAAAAN”. El llamado era semi lento (5 segundos por llamado), casi deletreado y cantado. Toda la privada se enteraba. Y es que el grito tenía un nivel de volumen bastante alto, entonado y con las vocales alargadas.

Ahora me parece interesante y festejo que la señora hiciera de algo simple, algo singular, pero en ese entonces no se por qué pero nos avergonzaba a muchos y sobre todo a Esteban.

Esteban rara vez podía salir en épocas otoñales e invernales. Creció con asma y su mamá solo le permitía compartir amistad en épocas de calor y con suéteres que asfixiaban incluso al que solo le miraba. El sol podía pegar con todo en un domingo a las doce del día y mientras Esteban se lanzaba como portero para detener el balón, su suéter con cuello de tortuga parecía más una corona de espinas que en vez de sangre le generaba sudor. Él muchas veces le rogó a su madre en frente de todos que le dejara quitarse el abrigo pero ella difícilmente cedía, era muy recia con los cuidados de su hijo.

Algunas veces por los entusiasmos del juego, los niños nos peleábamos entre nosotros como lo es común, pero a veces me tocó ver como desde el balcón la señora miraba en silencio cuando a su hijo le tocaba estar involucrado en un altercado. Si éste no se defendía, interrumpía la discusión gritándole en frente de todos exigiéndole que se metiera a su casa. Muchas veces Esteban entraba a mi casa a escondidas, arrastrándose por el piso para que su madre no lo viera desde la ventana de su cocina que daba hasta el otro lado, donde se encontraba el pasillo que llevaba a mi casa. Hubo muchos casos en los cuales yo fui vetado durante algún tiempo para la señora Bertha.

En una ocasión, mientras jugábamos al nintendo en su casa nos cayó la noche. El cuarto donde nos encontrábamos tenía una ventana que daba al exterior de la privada. En un instante notamos que alguien llegaba tocando la ventana de forma algo violenta (hasta ese día comprendía el por qué se encontraba ya roto el vidrio y pegado con un poco de diurex). Junto con esto se oyeron unos lamentos que decían: “¡mamita, ábreme por favor! La señora Bertha al escuchar, gritó a Danae, (la única hermana mujer) para avisarle que Salomón (el hermano mayor) había llegado, que atrancara la puerta. Seguido a esto los toquidos se hicieron cada vez más fuertes y agresivos, parecía que se iba a caer la puerta.

Obviamente yo me quede congelado, dejamos de jugar y me quedé a la espera de poder salir para regresar a mi casa. La señora Bertha le pedía a Salomón que se fuera pero éste le respondía que le habían pegado, que le abriera por favor. Se notaban muy arrastradas sus palabras. Yo en ese entonces no entendía. Después, al pasar los años, comprendí que Salomón había llegado muy borracho. Y cuando pasó más el tiempo comprendí además de que no solo venía alcoholizado sino también bien empastillado. Por fin la Señora para que yo pudiera salir, se dispuso a abrirle. Inmediatamente vi a Salomón que tomaba su playera con sus dos manos estirándola de la parte inferior para hacer con ella una pequeña alberca llena de sangre, que se alimentaba de sus heridas y de su nariz rota. Al ver tremenda escena por primera vez en mi vida me fui corriendo de ahí para llegar lo más pronto que pudiera a mi casa.

Continuará…

 

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