Árbol inmóvil - Mediocridad reporteril

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - Mediocridad reporteril

En las redes sociales, este martes, leí a mi buen amigo Carlos Aguilera, quien -palabras más, vocablos menos- se refería a una especie de hartazgo ante tanta mediocridad periodística en el estado.

            Y tiene razón. La labor reporteril, acá, es concomitantemente superflua; es decir, adolece de pormenorización y, sobremanera, autocrítica. Se trata de un instante precario, donde convergen (casi al unísono) una simple interpretación del “hecho” y, lo peor: una magra redacción. Así, alcanza el movimiento de un sapenco. Las notas son vagidos de autores que no están ni en ciernes; no tienen idea de la extensión o de la pirámide invertida.

            El Mtro. Manuel Buendía habló sobre la necesidad de adoptar un espíritu inquisitivo (lo que se traduce en osadía). Aquí, sólo observamos soberbia… Nadie tiene el ímpetu de escudriñar un documento (dudo que se conozcan a fondo las fuentes del periodismo).

            El cuestionamiento (premeditado y dentro del “chacaleo”) debe emerger con respeto y firmeza. En cambio, la vorágine en este momento es de una absoluta mediocridad y falta de contenido. El funcionario se mofa. Por ende, las altas autoridades recurren a la fragmentación, con el objetivo de manipular (aunque, el común denominador, es badulaque también… ¡Duelo de trivialidad!).

            La ansiedad por indagar no tiene que desaparecer; ni verse a lontananza. En gran medida, ésta debe estar precedida de una lectura consuetudinaria y una sistematización de documentos.

            Algunos culparán a los espacios de oralidad tribal. No. Otros, van a tratar de justificar su mentecatez con la instantaneidad. Tampoco. Menos… Nada. Una persona nefelibata tiene una vista horizontal; aquéllos, no. Ni los longevos, los que se jactan de antaño, lograron rebasar las barreras incólumes de la simpleza.

            El fenómeno de la compulsión es otro que no subyace. No se conoce su esencia. Tiene un vínculo intrínseco con la periodicidad: alfa y omega del mundo. Lo acontecido se volatilizó; las tinieblas lo desaparecieron.

            ¿Y el interés colectivo? ¿Quién lo determina? El medio es anárquico. No se rige por nada. Cuando somete al Estado, se convierte en un ente de facto y aprehende. Su hilo conductor no es la ideología consabida, como se suele exponer. No. Es el interés. Recordemos que es una industria y se rige por las leyes de la oferta y la demanda. En este territorio morelense más aun, porque la información que se traslada a los lectores no les interesa; de aquí que se subestime de modo continuo.

            ¿Y la tergiversación? Emana, como en cualquier punto del orbe, de dos esquemas:

  1. La línea editorial y…

  2. El paradigma del hacedor.

Sólo en esa dualidad hay similitudes con medios internacionales, a consecuencia de la propia inercia de la disciplina, no así por su destreza o elementos símiles.

No obstante, insisto: el ejercicio, en esta parte del país, es mundano y anodino. La oriflama que ondean los colegas es la de la frivolidad, cuyo viento es un cúmulo de desprecio y de una fingida erudición. Los hay en el otro extremo: agentes con patologías conductuales; éstos ven en la unilateralidad un halo de ascensión.

Lo que sí existe es oportunismo y una predisposición hacia el embute (como hace ocho días lo planteamos en este espacio). Ese binomio repugnante, poluto y recurrente en que cada régimen cae… Y lo propicia.

 

ZALEMAS

            La voz de la muerte se acerca al oído. El convencimiento espiritual lo atenúa todo; empero, la naturaleza caída corrompe el pensamiento y, como un témpano de sequedad, se despeña en el cuerpo. Viene, entonces, la lluvia en los ojos; la desesperación…

 

            Neruda, en “Sólo la muerte”, expone:

Hay cementerios solos,

tumbas llenas de huesos sin sonido,

el corazón pasando un túnel

oscuro, oscuro, oscuro,

como un naufragio hacia adentro nos morimos,

como ahogarnos en el corazón,

como irnos cayendo desde la piel del alma.

            La angustia del derredor me ata. El osario me induce a escribir versos sobre el silencio de la muerte y su inconsistencia ante el espíritu del Ungido. Por ende, no es tal. Fue vencida. Hela ahí, de acuerdo al vate:

Hay cadáveres,

hay pies de pegajosa losa fría,

hay la muerte en los huesos,

como un sonido puro,

como un ladrido de perro,

saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,

creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.

            El cadáver se unirá, al tiempo… Va a resucitar, para asirse a la eternidad: vida perpetua o condenación interminable.

Hasta el siguiente jueves…