Árbol inmóvil - La inutilidad del Congreso

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - La inutilidad del Congreso

Casi siempre, por alguna extraña razón (fomentada, en gran medida, por medios de información trotaconventos), los parlamentarios suelen emitir opiniones en torno a temas coyunturales; sin embargo, en más de un sentido, éstas son estériles, vacuas e innecesarias. El escritor Mark Twain dijo: “Es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido, que abrirla y disipar la duda”. Así se suceden las cosas en este lado de la vida: la atmósfera infecunda de la 54 Legislatura (la sustitución de la miseria).

            Recién, José Galindo Cortez, uno de los tránsfugas, habló sobre la expansión del dengue. Dijo poco. La gente puede fenecer y, dentro de las aulas glaciales del Congreso, no pasa nada. Sólo las máculas de la simulación comprimida están ahí, como un polvo seco que se adhiere a la lobreguez del destiempo (transitorio) de las disconformidades (¡felonía!).

            Vierten opiniones de todo. Empero, dentro de su precaria exégesis, se delatan: no pueden ocultar dos elementos (al menos):

  1. La ansiedad por el poder. A como dé lugar, aunque tengan que ser disruptivos (sin tener conocimiento de esto). ¿Ejemplo?: los órganos de control internos. Me cansa repetirlo, pero, bajo ese esquema, están demostrando que no existe un examen del ansia. Los movimientos que hicieron, como en Encuentro Social, son para alcanzar lo que la Ley Orgánica dice: se requiere del 15 por ciento –del total- para aspirar a la Junta Política y de Gobierno.
  2. El alejamiento de la democracia representativa. Es el único poder que se abalanza hacia el dentífrico de la sierpe. Es decir… Están demostrando que no les interesa, en lo más mínimo, el sentir de quienes los depositaron en esa curul, a través del sufragio.

De Cristina Xochiquetzal Sánchez ni hablar. Su vínculo con el mundo reside en la instantaneidad, donde el tiempo pasa, como una sustancia efímera (que se despeña en la pared de la ergástula estentórea de la iniquidad). Ella vino a llenar el hueco de Jesús Escamilla, un acérrimo crítico de sus pares y, sobremanera, del régimen graquista. Aun así, ni le hacían caso. Seguro, lo tildaban de “revoltoso”.

Dado que el hombre es gregario y, en ese estípite, tiende a socializarse por naturaleza, conlleva, ahí, el error… La desgracia: el desfallecimiento momentáneo. El Congreso es una comunidad lingüística con el sopor de la miseria: se habla para nada.

Si pudiéramos medir el nivel de cavilación de cada uno de los 20 integrantes de Guillermo Gándara, tendríamos un corolario lacónico: NADA. Es preciso decir que un acto de habla es de voluntad e inteligencia. Conlleva persuasión y otras figuras retóricas que aquéllos no conocen. No saben decodificar la avidez del poder. Por eso, han caído en el descrédito. Ellos mismos, como lo dijo, recién, José Casas, están “reprobados”. Y así van a seguir: en el vuelco de la falsedad y el hastío.

 

FOSAS

            Estridencia y traumatismo imborrables, fue lo que experimenté, cuando oí las declaraciones de algunas víctimas indirectas. ¿Cómo puede la autoridad aislarse de su adeudo? Simple: con la escapatoria que le confiere el subterfugio hacia el éxodo. Son mezquinos. Uriel Carmona no da muestra de apego al tema. Es insensible; no tiene capacidad.

            Sé que la cercanía de la muerte no se puede experimentar en otro. Para ello, es necesario estar inmiscuido en la angustia de perder a un consanguíneo. Entonces, se otea la inmensidad del llanto.

            Atrás del fiscal hay un cúmulo de culpables, quienes, por omisión -o deliberadamente- produjeron un daño irreversible.

 

ZALEMAS

            Cuando la otredad se ensimisma en el encierro de la voz interior, donde los nidos de la sequedad se vuelven lirios negros, sobreviene la angustia y el alejamiento. El hombre está muerto, sin saberlo. Avanza, sin moverse; habla, en silencio; llora, sin lágrimas. En “La princesa está triste”, Rubén Darío clama:

 

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave sonoro,

y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

 

            Las vueltas pendulares en el desierto siguen su curso. El avance está en el espíritu, no en la saciedad. La mujer metamorfosea, a medida que el caudal de menosprecio se aísla. Es una cadena sin eslabones. Una puerta sin goznes. Luego, dice:

 

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.

Parlanchina, la dueña dice cosas banales,

y vestido de rojo piruetea el bufón.

La princesa no ríe, la princesa no siente;

la princesa persigue por el cielo de Oriente

la libélula vaga de una vaga ilusión.

 

            Somos libélulas indiferentes entre sí. (Hasta el próximo jueves…).