Árbol inmóvil - La incógnita

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - La incógnita

La capital del estado está aún lejos de retornar hacia una “normalidad” relativa. La disgregación de los serrines sépticos no cesa. Un binomio acrecienta la emergencia: la necesidad y, a la par, la insistencia del desexilio (por cualquier causa).

            El mandatario estatal, Cuauhtémoc Blanco, es de los peores calificados en torno al combate de la enfermedad. El edil de la capital, ni se diga. A eso se suma el déficit del pensamiento general: la gente está inquieta, lo cual se reflejó este primero de junio. El confinamiento se fisuró, en gran medida.

            Miguel de Unamuno lo expresó: tenemos que aprender a convivir con la muerte. Ésta está en diversos flancos. Asuela, como la intempestiva caída del aire glacial (aunque la temperatura esté elevada). Todo cambió. El escenario es distante. Nadie imaginó esta asonada: nosocomios ataviados de sahumerio de inexistencia, lágrimas ausentes, segregación, alejamiento social, belicismo, necedad, insistencia, expiración continua, falacias institucionales (autoridades que camuflan estadísticas), entorpecimiento gubernamental, olvido, cremaciones imparables…

            Las lumbreras preveían una colisión financiera. Empero, un virus letal dio un vuelco estrepitoso. El gobernador y el presidente del país están ensimismados en sus lobregueces: éste, en su narcisismo (perdido en sus locuacidades); aquél, en su ignorancia supina (no articula un vocablo prolijo).

            No encontraremos la salida. La estela de la patología es inusual: cadáveres por doquier, desesperanza e impotencia. Alguien perdió una fe que jamás hizo inteligible. Antepuso la razón en vez del espíritu.  

 

DISPUTA ESTÉRIL

            Los cuerpos edilicios, al rechazar la reforma comicial (que pretendía, entre otros temas, elevar el número de congresistas) erigieron una disputa. Los integrantes de la 54 Legislatura niegan que se haya entrecruzado una especie de “revanchismo”. No sorprende. Éstos se desdicen a menudo. Son como una hipocresía varada en el fango cenagoso del desprecio.

            Asimismo -sin proponérselo- los cabildos dieron a entender que, en medio de la pandemia, hay otras urgencias. Aquéllos (llenos de ira) salieron a defender su cometido, recurriendo a la simulación: el presidente de la Mesa Directiva, Alfonso Sotelo, dijo que “respetaba” las decisiones edilicias (el cubre-bocas no permitió otear -en toda su dimensión- su lenguaje gestual). Mintió, seguramente. En suma, el G-13 (más Tania Valentina) no acepta aún su derrota. Anda mareado. Sobremanera, porque los intereses de por medio quedaron sumergidos en un osario ilusorio (cuyos cuerpos inertes yacen en el subsuelo de las fosas de la derrota). Perdieron. ¡Acéptenlo!

            ¿Qué vendrá ahora? El horizonte es gris. La lluvia prolongará la oscuridad de las nubes (las de los acuerdos sucesivos y las de las aspiraciones políticas). Aunque la presidente de la Junta Política y de Gobierno, Alejandra Flores, revele que sí se suscitarán los consensos.

 

DUDA

Estaba ahí. En silencio. Su voz… (Era indescriptible). De reojo (como frente a una puerta entreabierta) divisé la dimensión de su miriñaque. Viré el rostro. La entelequia (el anhelo en movimiento) hizo el resto…

            No se impusieron el céfiro, la inclemencia y el polvo sobre la ofuscación. Fue un instante de impaciencia suya.

            Concha Alós pudo haberla visto así: mujer fatal, mujer-objeto, la ingenua, el ama de casa y la independiente. Sin embargo, nada de esto enarboló a aquélla. Ante mi mirada estuvo en la cúspide de la taxonomía de la delicadeza.

            ¿Quién sería? ¿Alguien lo sabe? ¿Fue la consecuencia de haber imaginado a Madame Bovary?

 

ZALEMAS

            El confín se contrajo. La ola oscura (en el cielo sereno, a mediodía) transportó un desierto de lluvia y aire. En “Oración de la desesperanza”, Líber Falco (bardo uruguayo) expresa:

 

Noche sin luna

y yo aquí.

Ni velamen ni vientos,

ovillado en la noche

interrogante signo sin frase

 

            La noche se transformó en ceguera, como el roce de tus manos en una tarde de estío.

 

Y este dolor

sin raigambre en las cosas

—fantasma sin memoria—

¿vino de un mundo donde no hay ojos,

que velen a la muerte?

 

            Nadie ve más allá de su amargura. Ésta se dilata a medida que el alma se aferra a la corriente del entorno. El orbe es, per se, un contexto de mohína y liviandad.

 

Quiero solamente,

en bautismos de alegría y de dolor,

apretarme a la Tierra

bajo el ala quebrada del desvelo.

 

            ¿Podré llegar al siguiente jueves? Confío en la clemencia del Investido. El Rapto se acerca…