Árbol inmóvil - La funesta 54 Legislatura

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - La funesta 54 Legislatura

El Caudillo del Sur, Emiliano Zapata, dijo: “Perdono al que roba y al que mata, pero al que traiciona, nunca”. Por tanto, la felonía es inconcebible. El Congreso es un obelisco de la codicia. A sus integrantes no les interesan los plazos perentorios. La sed del poder ha ido postergando la sesión ordinaria y… Nada. Eso sí: practican los actos de prestidigitación, al volverse tránsfugas -dentro de un espacio tan estrecho, que las ideologías son un elemento baladí-.

El óbito de los integrantes de Guillermo Gándara sigue estructurándose, sin que nadie participe. Ellos se inmolan. Sus precarias diferencias (por el olor del papel moneda y, sobremanera, el poder expansivo del mando estéril) los ha situado, ahora, como la “peor legislatura”. Tienen, en cambio, una diminuta ventaja sobre sus antecesores (o punto en contra): les faltan dos años. O redefinen el camino (que se divisa complicado) o las fauces del descrédito (en las que están) los van a exterminar. Ya van ahí. Caminan sobre esa senda; no necesitan agentes externos, Per se, definen la grieta del olvido.

Y no cesan de cometer denostaciones, que emergen de sus aviesos horizontes y lubricidades sibilinos. En la comparecencia del fiscal general, Uriel Carmona, demostraron su enemistad inocultable. Este miércoles, en el Pleno (de plano), se olvidaron de la figura mofletuda del funcionario, para dedicarse al lanzamiento de diatribas. Verbigracia, cuando siete congresistas anunciaron la conformación de un bloque, dizque “progresista”, se sobrevino la estridencia de la violencia política en que han caído sus homólogos (por torpeza). Apenas y saben pronunciar una frase íntegra. Esas discrepancias, más que una polarización, han evidenciado la escasez gnoseológica que priva en el parlamento 54. No tiene rumbo. Ni alfa y omega.

Desembocará, por ende, en el lodo cenagoso de la turbiedad (de donde, insisto, no debieron haber salido). Despreocúpense. Los ejercicios comiciales intermedios se están acercando con una vehemencia inenarrable, porque no se miden con el paso del tiempo, sino con la ansiedad de los electores, a quienes les urge emitir un “castigo”, mediante su sufragio.

Hay algo más, que se asemeja a un circo. El protagonista es un titiritero que se llama José Casas. Practica la vileza y la mezquindad (lo trae en su epidermis). Sus adláteres “informativos” (mentores del paroxismo deliberado), le siguen el hedor que despide -a cada paso que da-. Le creen. Aplauden sus desplantes en el Pleno, como lo que hizo en la misma comparecencia. Primero, ocupó la tribuna para asestarle un golpe (que traía guardado desde hacía tiempo) a Tania Valentina (otrora, su jefa). Sacó a flote dos audios. En éstos, se oye una voz de un presunto criminal (uno de los posibles autores del atentado contra Érika García Zaragoza), donde le exigía el pago de compromisos políticos -a la petista-.

Por donde lo vean, respetable lector, el Congreso local es funesto. Un ariete (barreno) de la mentira y la estentórea simulación. Debe ser un acto sumamente horrible trabajar en ese sitio, donde, como dijera Miguel de Unamuno, se debe aprender a “convivir con la muerte”. Aclaro: la inexistencia (la no vida) no se trae en el cuerpo (a causa de una enfermedad); se observa y reproduce en la prevaricación (la cual, tras un parpadeo, se materializa). Helos ahí: respiran. Comen y visten, mas vegetan en la soledad; están presos en una chirona peor que Alcatraz. Sus oficinas, en ese edificio, son glaciales, como su respiración y el intersticio de su demiurgo.

 

ZALEMAS

            Juan Rulfo, en una de las cartas que le envió a quien, a la postre, se convirtió en su consorte, dice, en el posdata (espacio donde se despliega el laconismo): “La vida es corta y estamos mucho tiempo muertos”. Qué fortaleza de palabra, cuando el amor se desenvuelve en la gota adusta de la incomunicación. En “Espero curarme de ti”, Sabines formula:

 

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

 

            ¿Existe un antídoto contra la ceguera de la fullería del bienquisto? Sí y no (dijera alguien que se jacta de no ser “indeciso”). (El próximo jueves seguiré con el vate chipaneco).