Árbol inmóvil - Gatopardismo legislativo

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - Gatopardismo legislativo

Entre 1954 y 1957, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, escribió El gatopardo. Ahí, Tancredi declara a su tío Fabrizio la conocida frase: "Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie". Justo así está este Congreso 54: pletórico de simulación y de una metamorfosis insignificante, que mantiene el estatus quo -heredado por los integrantes anteriores, donde sobresalían las lascivias de Francisco Moreno, Beatriz Vícera y Hortencia Figueroa-.

            Para muestra, una gema: la designación del titular de la Entidad Superior de Auditoría y Fiscalización. El debate en torno a eso es anacrónico. Un encuentro deliberado de declaraciones aciagas, que desembocan en la incertidumbre y la imprecisión; lo cual, deja en ascuas a la opinión pública.

Un amigo cercano (un periodista de antaño), me dijo (vocablos más… o menos) que esta entidad federativa está entrampada en las fauces de una oligarquía bípeda, compuesta por Pablo Ojeda y uno más (omito sus generales). El responsable de la política interna anhela consumar sus juicios áridos; lluvia de atrocidades en una tierra seca… Infértil.

Volvemos a divisar la misma escena (desde Carrillo Olea), donde las imposiciones, camufladas en una pugna tenaz por el poder, propician un desequilibrio cada vez más marcado. Así venía el viento, desde la batalla comicial de julio del año anterior. El negocio tenía nombre: Cuauhtémoc Blanco. Bastó que dos cerebros perversos se coludieran, para ganar, primero, la alcaldía de Cuernavaca.

Están desestabilizando el territorio. Ahora, si le agregamos la estela de inseguridad, podemos concluir que este régimen es infamemente inútil. No ha hecho ni hará nada. Los cárteles recorren las avenidas y las calles como si fueran de su propiedad. Casi… ¿Y la Guardia Nacional? Sumida en su disuasión perecedera, inane.

La agenda del poder se sistematiza en función de los grupos delincuenciales. Frente a eso, los huéspedes de “Guillermo Gándara” se acomodan en pos de sus lubricidades. Desean el poder de los órganos de control, a como dé lugar. Por ende, tratan de disfrazar el proceso, ataviándolo de una democracia quimérica. A esta hora, ya se tiene un acuerdo; pero, el esquema será el mismo: una copia fiel de la línea de la ambición, como si el tiempo no hubiera avanzado. Éste se fue de atrás hacia el principio del comienzo. Donde vagabundean las corrupciones cíclicas.

El Poder Legislativo es corrupto. Turbio. De los 20 congresistas, sobresalen los cínicos y los antitéticos: Tania Valentina Rodríguez Ruiz y Naida Josefina Díaz Roca, respectivamente. De éstas, una prohíja la ambición desmedida; la otra, la zozobra visible. Y, como tal, la atmósfera sigue siendo igual. La sucesión trae el mismo bosquejo. La fórmula suele despejarse con los mismos elementos: la contrariedad y el robo. Lo de ayer, será lo de mañana… Y así…

Héctor Javier García Chávez, cuando declinó sus aspiraciones, dijo que el primer año fue un conjunto de errores. Las expectativas, cuando se levantan en demasía hacia un ente, terminan en frustración y, por qué no, en coraje.

La ciudadanía está enojada. La inutilidad de este órgano colegiado seguirá así. Fomentará la ansiedad y el gatopardismo. ¿En qué momento se fue Graco Ramírez? y, lo peor, ¿en qué instante se hacinó el oscurantismo y la torpeza de ambos poderes? ¿Algo más? Sí. He ahí el estorbo mediático. Las notas informativas, en cadena, no permiten erigir una crítica sólida. Existe un elemento más: los famosos “convenios”, que, tácitamente, callan bocas. Ahí van los reporteros: trazando una navegación de cabotaje sobre la tierra de la extensión de la mano, para pedir las dádivas acostumbradas (por ellos mismos).

Del comisionado del IMIPE, ni hablamos. No está en la agenda de aquéllos. El camino se va a bifurcar en la senda de la impunidad. Sólo nos toca esperar.

    

ZALEMAS

            Y sobreviene la angustia. Los ojos -ciegos- se abren en la oscuridad del alba. En “Casida del llanto”, Federico García Lorca llora:

He cerrado mi balcón

porque no quiero oír el llanto

pero por detrás de los grises muros

no se oye otra cosa que el llanto.

Hay muy pocos ángeles que canten,

hay muy pocos perros que ladren,

mil violines caben en la palma de mi mano.

Pero el llanto es un perro inmenso,

el llanto es un ángel inmenso,

el llanto es un violín inmenso,

las lágrimas amordazan al viento

y no se oye otra cosa que el llanto.

            Todo se tapia. El derredor es un vacío que nunca se saciará, porque el hombre es oquedad pura. Si esto no es suficiente, hay un subterfugio: acelerar la muerte. No lo recomiendo. La agonía no cesa…

(Hasta el próximo jueves…).