Árbol inmóvil - El amor en tiempos de covid (I de II).

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - El amor en tiempos de covid (I de II).

Para empezar, el amor no existe. “Es un mal entendido entre dos tontos”, dice Óscar Wilde.

            El efluvio del desaire, cuando el ósculo converge entre la bagatela de las miradas, no subyace. Los bienquistos, en su precaria insistencia, se toman de la mano y, lo peor, intercambian desahogos. Entonces, el ensimismamiento entre ambos propicia la desesperación: “por activa y pasiva es mi tormento, pues padezco en querer y en ser querida”, expone Sor Juana Inés de la Cruz.

            La reacción fisiológica es perecedera y, por ende, atiende las sensaciones del orbe (y sus minucias). El momento sucedáneo no puede ser un aliciente. La exacerbación del sentimiento es un intervalo menor a un instante precario. El aire vuelve; el enamoramiento no avanza ni retorna.

            Y, a consecuencia del frenesí, sobreabunda la confusión: la promesa sempiterna; el anhelo de la muerte ambigua o, lo más aciago: el símbolo de la entropía.

            El aire, al ser intangible, se siente. El afecto lúbrico es un invento de la obcecación; es decir, conlleva la permanencia de las erosiones sobre el subsuelo. Pensando en el atisbo del polvo, la ansiedad de posesión (del cuerpo y la voz del otro; del contrario…) se narra (con bemoles), bajo la influencia de la línea (epilogal) de la anfibología.

            En súmulas, es un retruécano. Una simpleza que emerge del ser heurístico. ¿Causa escisión epistemológica? No. Genera, eso sí, jerigonza y olvido. Indecisión y, sobremanera, fingimiento.

            En tiempos de covid, la simulación se subraya. Sobre todo, la indolencia, puesto que existen explosiones termonucleares ineludibles (dentro de cualquier adminículo). De ahí los versos de Neruda:

 

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,

y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Parece que los ojos se te hubieran volado

y parece que un beso te cerrara la boca.

 

            El aedo externa que la presencia -de los embelesados- es menor a un madrigal exánime (erigido a partir de la concupiscencia del oprobio y el vilipendio). El deseo (tras la lascivia) ansía la desaparición urgente del idolatrado. Empero, helo ahí: en el receptáculo de la miseria (los espacios subrepticios de las vánovas).

            El diálogo (oscilación de terminologías) también se quebranta en esa atmósfera henchida de humillación (como el engaño ante la lubricidad). Ejemplos de alocuciones insubstanciales (al igual que las madréporas o los pólipos): “Te amo”. “No puedo vivir sin ti”. “No me olvides jamás”. (Al fin y al cabo, se trata de un compendio de futilidades en el fondo del abismo despiadado de la nada).

            El poeta insiste:

             

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.

Distante y dolorosa como si hubieras muerto.

Una palabra entonces, una sonrisa bastan.

Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

 

            La metáfora se anquilosa en la dehesa del destiempo, debido a que el sujeto es un mal agrimensor. Lamentablemente, la teoría de la relatividad enarbola la vileza del estrujamiento consecuente. Luis Cernida aporta elementos, en “Cómo llenarte, soledad…”:

 

Cómo llenarte, soledad,

sino contigo misma...

 

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,

quieto en ángulo oscuro,

buscaba en ti, encendida guirnalda,

mis auroras futuras y furtivos nocturnos,

y en ti los vislumbraba,

naturales y exactos, también libres y fieles,

a semejanza mía,

a semejanza tuya, eterna soledad.

 

            El desierto es una constante entre las ilusiones de la coexistencia vacía. La habitación es un desasosiego (interminable, para algunos). Estamos solos. Con alguien, pero en el sitio vetusto de la inmundicia.

 

ZALEMAS

            La epidemia se encrespa, por antonomasia. El covid cobrará más vidas, sin duda. Baudelaire advierte, en “Una carroña”:

 

Recuerdas el objeto que vimos, mi alma,

Aquella hermosa mañana de estío tan apacible;

A la vuelta de un sendero, una carroña infame

Sobre un lecho sembrado de guijarros,

 

            ¿Hasta el siguiente jueves? El Rapto viene…