Árbol inmóvil - Diputados deletéreos

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - Diputados deletéreos

La ruptura legislativa está latente. Los inquilinos de “Guillermo Gándara” erigen bandos a modo, cuando se acerca un suceso que les acarreará beneficios; lo demás es inercial. ¿Cómo es posible que no establezcan los consensos idóneos para avanzar en torno a los pendientes?

            El ímpetu (o la violenta exaltación del ánimo) es momentáneo (ellos no lo entienden; quizá, empiezan a discernirlo). El inicio de su gestión se tradujo en demagogia. Los temas cardinales se postergan, como cuando la soberanía del agua (o la gota en el árbol) fuera ingrávida.

            Ahora, en el tema ecológico, están involucrados: Tania Valentina, José Casas, Dalila Morales, Alejandra Flores… La propuesta, en sí, se materializará en el 2021 (en el tiempo de la extinción de esta Legislatura). ¿Coyuntura; densidad? Ninguno. Se trata de un aprovechamiento. Es un tópico que les da cierto estatus; sencillo, de fácil acuerdo. Se asen de éste, para camuflar su nulo rendimiento.

Los congresistas (junto con el resto de la clase política) son deletéreos. “Juan Ciudadano” puede divisar esa característica aciaga; una familia, que sobrevive en la pobreza extrema, no.

            Mientras éstos se dan el derecho a lo superfluo, alguien carece, en este momento, de lo estricto. He ahí los calificativos de Chava Díaz Mirón: “¡Soberanos y vasallos!”. No han perdido vigencia. Este Congreso va sobre la estela de la aridez; contribuirán a la verdadera transformación: el cambio del mapa geo-comicial, en la liza venidera. Como todos, son refractarios a la crítica, puesto que no la perciben. En algún instante, se someterán a las prácticas de sus antecesores:

  1. Albazos.
  2. Cónclaves en el oscurantismo.
  3. Acuerdos ataviados de intereses.

 

Las tendencias nos advierten de una conspiración tácita, que pretende desestabilizar lo inevitable: la negligencia colegiada. La prórroga es un fenómeno recurrente. Simboliza un subterfugio. Como un hoyo negro, que permite a estos “representantes” populares dar saltos cuánticos de una órbita a otra (cuales fotones excitados, por un acicate condicionado: el dinero).

La temática que “discuten” en Junta y Conferencia es baladí. Se allegan de puntos etéreos, para saciarlos -vía la indiferencia y la cultura lúbrica de la simulación- Y llevan el mal hábito de la clase concupiscente: el ocultamiento.

Aunque lo nieguen, han entrado, per se, en una vorágine de demora. Los asuntos sin resolver (que no vale la pena enlistarlos) les marcan la pauta. Y ni así se inmutan… Algo de oportunismo e insensibilidad persiste en su PH político.

Mis precarias yemas seguirán (guiadas por el encéfalo) escribiendo sobre las deficiencias que mi discernimiento observa.

Por otro lado, ¿qué decir de su disposición ante los representantes de los artefactos tecnológico audiovisuales? Como corolario, persiste esta taxonomía:

  1. No entienden la impaciencia de la instantaneidad (propia del movimiento convencional de la opinión pública).
  2. Casi todos, declaran por instinto.
  3. Son heurísticos.
  4. Falaces.
  5. Intuyen.
  6. Auguran, a partir de la indecisión y el rumor.
  7. Ocultan elementos trascendentales.


  8. En fin, la lista se vuelve inacabable, como la amargura en el alma (o el desdén en los ojos de quien te ama, en un supuesto). Dan ganas de expresar, como Fernando de Fuentes: “Vámonos con Pancho Villa”, como una manera de encabezar una diáspora rumbo al vacío (adonde nadie te espera ni te sigue). 

    Conforme el tiempo avance (el de las manecillas coercitivas), apresurarán los pasos perdidos en el anatema, para desembocar en los mismos escollos que Hortencia Figueroa y su séquito de buitres.

    ZALEMAS

                Atrás del suplicio, se encuentra la idea del desexilio. Entonces, sobrevuelan los versos de Ramón López Velarde (porque en ningún sitio hay alegría): “El retorno maléfico”. ¿Para qué sumergirse en la vaguedad, si la dolencia es adlátere? 

                Ahora que la lluvia se apodera de la soledad, se reafirma el vendaval de Mallarmé, en “Angustia”:


    Hoy no vengo a vencer tu cuerpo, oh bestia llena
    de todos los pecados de un pueblo que te ama,
    ni a alzar tormentas tristes en tu impura melena
    bajo el tedio incurable que mi labio derrama.


    Pido a tu lecho el sueño sin sueños ni tormentos
    con que duermes después de tu engaño, extenuada,
    tras el telón ignoto de los remordimientos,
    tú que, más que los muertos, sabes lo que es la nada.


                El poeta se resiste; execra, de algún modo, los efectos de la tristeza. Y no sirve… El espacio de las lágrimas es inexorable. Nadie puede disiparlo. No admite fuerza, destreza, engaño o persuasión. (Hasta el próximo jueves…).