Árbol inmóvil - Amor inexistente

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - Amor inexistente

El amor surge a través de su carencia misma. No existe, por ende. El cenotafio de la badana de la otredad no tiene letras (ni nervaduras); es un cadalso en el polvo detenido en el aire.

            Dice Cioran: “No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el tiempo”. El afecto es un mal inconcluso; se execra. El intercambio de demiurgos, vía el ósculo estólido, es un acto decadente. Sólo causa arrebato en un instante quimérico. La muerte es su contrario complementario, como el agua en el desierto de la noche; o el cielo céreo en las tenebrosidades del borde de un río.

            La ausencia se vuelve desasosiego. El pensamiento se ata a la nada. Así acontece en la desesperación: la agonía se ensimisma en la voz y la mente. Entonces, se abre el sendero de la necesidad de la tribulación (deliberada). Las lágrimas se esconden entre los pliegues de los ojos. No vale la pena estar acá, en este hemisferio de amargura e inquina.

            Luego, como una hoja seca que no cae del árbol en el desierto, el derredor se llena de oscuridad. Los caminos se contraen. Perdemos el sentido de la orientación. El ser se vanagloria y queja, al unísono. No logra dilucidar que los andenes de la separación son símbolos de un vetusto anatema. El engreimiento se asemeja a una aridez…

            Así lo distingue Luis Urbina, en “La herida”:

 

¿Que si me duele? Un poco; te confieso

que me heriste a traición; mas por fortuna,

tras el rapto de ira vino una

dulce resignación… Pasó el exceso.

 

            Damnifica. Veja (y la palabra se somete a la pecina). El esfuerzo por la conquista culmina en el monto del erebo (en ese orden). Las ramas del salguero son una mácula en medio de la ceguera. No se sabe de dónde viene la intranquilidad; algunos la aceptan; otros hipan. Los menos (que se sitúan en el camino angosto) aprenden a acumular, con el espíritu, la plica dolorosa: un hijo muerto; un secuestro; un alma abandonada; desprecio, incomunicación, languidez…

Los momentos felices se camuflan con la yerba del subsuelo. (El rapsoda sigue…).

 

¿Sufrir? ¿Llorar? ¿Morir? ¿Quién piensa en eso?

El amor es un huésped que importuna;

mírame cómo estoy; ya sin ninguna

tristeza que decirte. Dame un beso.

            Cuando el desamparo se solivianta dentro del resuello, los celajes pierden su firmamento. Así lo ejemplifica el autor:

 

Así; muy bien; perdóname, fui un loco;

tú me curaste -gracias-, y ya puedo

saber lo que me imagino y lo que toco:

 

            En suma, la nueva caricia, que envuelve el cuerpo casi muerto, no sirve. Las manos asuelan la tarde. Sepultan el sol. Languidecen el destiempo. Separan las miradas. Envuelven el olvido en el silencio.

 

En la herida que hiciste pon el dedo;

¿qué si me duele? Sí; me duele un poco,

mas no mata el dolor… No tengas miedo…

 

            Hay aprensión cada día. En la casa y el sueño; el trabajo y la comida… Sobre tus ojos cerrados, que varan la circunstancia del océano imaginario. Entonces, los besos se desvanecen en la misma boca (extensión de otras). El abrazo no aparece.

 

54 LEGISLATURA

            Un escenario de la bagatela entremetida en la ignorancia. Nictofilia (en términos connotativos de “apetito por el robo”).

                   

ZALEMAS

            El Ungido me hunde a más no poder. Seguro, en la extensión de la profundidad del mar (tres mil 900 metros), otearé la muerte. Que venga el Rapto. (Hasta el siguiente jueves…).