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En opinión de César Daniel Nájera Collado

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Nos encontramos en un mundo de dictaduras que son casi invisibles ante nuestros ojos. Mientras se plantean ideas “progresistas” y “liberales”, enfrentamos situaciones tiránicas de sometimiento moral. No solo por parte de los gobiernos, sino de todos aquellos que creen manejar el sistema actual, y por lo tanto, consideran tener el derecho de controlar las mentes de la humanidad.

            En primer lugar, el enojarse, o mostrar descontento, está “satanizado”. Evidentemente, estoy tomando el ejemplo de enojo crítico, sin embargo, aún analizando un enojo irracional, es intolerable que se llegue a catalogar como completamente anormal. ¿Qué clase de robots creen que somos? ¿En qué momento se volvió un pecado ser sincero con tu sentir? Estos pseudo-valores de apacibilidad no son más que correas de acero atando a la gente a dogmas.

            En segundo lugar, y derivando del asunto pasado, varios (demasiados) podrían argumentar que “existen formas”. ¿Qué formas? ¿Acaso creen que lo que consideran como “formas”, son para toda la humanidad? Esas “maneras correctas de actuar”, en el mejor de los casos, son solo para y creadas por ti, como una moral individual. Si concuerdas con otras personas es simplemente porque sus puntos de vista son similares y aprendes a respetar su perspectiva. Pero en el peor de los casos, esas “formas” han sido implantadas en tu mente (y en las de muchísimos otros) por instituciones, gobiernos, etcétera, para pensar conforme a lo que quieren que obedezcas. Por eso se defienden supuestos valores o tradiciones de manera ciega, sin abrirse a la duda, el cuestionamiento, y el descontento.

            Entiendo que en nuestra naturaleza está el querer tener bases sólidas, ya que la idea del caos provoca un sentimiento aterrador. Nos consumimos tanto por encontrar esta paz, que a veces recurrimos a ceder nuestra individualidad y originalidad con tal de poseer la ilusión de tal que los manipuladores prometen. Y para ellos, esta desesperación es “oro puro”, ya que evitan la existencia de los individuos que más amenazan al totalitarismo: los originales.

            Empecemos a aceptar que somos diferentes. Hay que crear una moral sincera para con nosotros, y con base en estas diferencias, respetar otros puntos de vista sabiendo que nadie posee la verdad absoluta, así como que es imposible entrar en la mente de los demás para conocer su perspectiva completa, y viceversa. De tal manera, crearemos una sociedad de tolerancia sin necesidad de apacibilidad ni de encerrarnos en preceptos cegadores. Sería erróneo pensar que el origen de las culturas e ideas más increíbles de la humanidad proviene de “vendidos” o apáticos. Como la palabra sugiere, el origen de esto deriva ni más ni menos que de los originales. ¡Qué exista la equidad con base en las diferencias y la originalidad!