A propósito de violencias y propietarios. La perspectiva de género en tiempos revueltos.

En opinión de Aura Hernández

A propósito de violencias y propietarios. La perspectiva de género en tiempos revueltos.

¡Conformate, mujer! Hemos venido a este valle de lágrimas que abate, tú como paloma para el nido, y yo, como león, para el combate!

 

Salvador Díaz Mirón, A Gloria.

Hace unas semanas, el Senador por Nuevo León Samuel García, nos regaló a todo el que lo quisiera ver una estampa de lo que significa la persistencia histórica del discurso machista en México.

Estampa que fue corroborada el pasado sábado por los abusos de índole sexual que infringió la policía de León, Guanajuato a un grupo de jóvenes mujeres que protestaban precisamente contra la falta de eficacia de los aparatos policiacos en la prevención y sanción de las formas límite de la violencia hacia a las mujeres como lo es el feminicidio y la violencia sexual.                                

De esas, podríamos llenar esta página y no nos alcanzaría, pues como ya lo he dicho en este mismo espacio, las violencias contra las mujeres están tan interiorizadas en nuestra cultura que es muy difícil visualizarlas, por eso es tan importante su discusión y la denuncia.                          

El caso Atenco por el que la Corte interamericana de Derechos Humanos sentenció al Estado mexicano es una muestra de la cómo se ha normalizado este tipo de violencias, así como el el caso Campo algodonero es una expresión de que la violencia de género en nuestro país es estructural, de ahí que las medidas que se requieren para aliviarla deberán ser, sobre todo, políticas públicas.

Pero, ¿de dónde abreva nuestro ancestral machismo? Porqué es tan difícil combatir los estereotipos de género sin que se nos coloque la etiqueta de “feminismo radical”? pues bien, les daré solo algunas referencias históricas de este fenómeno en el estado de Morelos.

En su “Historia del Bandalismo en el estado de Morelos” publicada en 1912, Lamberto Popoca, cronista connotado en la época,  ya ponía en la discusión la violencia hacia las mujeres como una arma del bandidismo de principios del siglo XX y planteaba al rapto de mujeres, como una práctica común que en muchas ocasiones se acompañaba de un ritual de seducción.

A finales del siglo XIX y principios del XX y en la Revolución, las muchachas de los pueblos eran realmente seducidas por los cuatreros por sus alardes de poder, pero principalmente por el respeto a la castidad de la mujer. Según Popoca, en el rapto de la bella Homobona Merelo por el Plateado Salomé Plascencia, un bandido que dio nombre a toda una organización, se valió no solo de sus arrojos de valiente ex militar, sino del don de la seducción.

También Popoca relata la importancia que para las bandas armadas, tenían las relaciones amorosas: “una mujer infiel” fue la causante del exterminio de los Plateados; por “el adulterio de una ingrata”, hombres de bien se iban al monte con los bandidos, en este contexto el honor burlado en una mujer (familiar) se limpiaba sólo con la muerte.

En la transición de los siglos XIX y XX en Morelos persistía una moral de guerra, donde los crímenes sexuales laceraban tanto o más que las armas. Ya en plena revolución, los crímenes sexuales se realizaban tanto por los soldados del ejército federal como por los revolucionarios.

El ex zapatista Antonio D. Melgarejo sostiene que en ese mismo periodo, los Jefes Políticos y funcionarios menores, escudados en el poder realizaron un sinnúmero de atrocidades de índole sexual en contra de los habitantes de los pueblos; de acuerdo con Popoca los jefes políticos utilizaban la consignación obligatoria al servicio de las armas para ejercer venganzas personales, o bien para satisfacer “sus apetitos de machos”.

Ya en plena Revolución Melgarejo sostiene que, en el rapto y violencia hacia las mujeres durante los saqueos a las haciendas, los rebeldes consumaban algo así como una venganza de clase, pues no solo confiscaban las riquezas materiales, sino que al realizar actos de violencia sexual atacaban moralmente al hacendado opresor.

La violencia sexual se planteaba así como arma de guerra. En la honra mancillada de las madres, las esposas o las hijas subyacía la ofensa al padre, al esposo o al hermano como “dueños” de las vidas de esas mujeres. La leyenda épica de Francisco Villa, posiblemente no hubiera ocurrido a no ser por una afrenta parecida.

La persistencia de la violencia sexual fue un fenómeno constante en etapas de desorden social, tanto que, en el Congreso Constituyente de 1917 el tema se discutió acaloradamente, y los acuerdos legislativos que dieron origen a una de las constituciones más progresistas del mundo en lo social, quedó permeada por el lastre machista.                               

Frente a una facción que proponía incluir entre los delitos sancionados con la pena de muerte a la violación, pues consideraba este problema se estaba convirtiendo en una “verdadera epidemia”; había otra, la mayoritaria, que admitía que la violencia sexual de los mexicanos hacia las mujeres era un asunto derivado de su temperamento y que por tanto era un exceso la pretensión de llevar al patíbulo a los violadores.

Los diputados del Constituyente de Querétaro que se opusieron a esta propuesta esgrimieron entre sus argumentos que en México, “en nuestras costumbres arraigadas todos nuestros jóvenes, casi en su totalidad, tienen su iniciación pasional por medio de comercios violentos con las criadas y las cocineras”.               

De nos ser por su sentido trágico, las anécdotas aquí contadas se podrían considerar como una muestra más de nuestra picaresca nacional, pero por desgracia el discurso machista prevalece y el dislate del Senador Samuel García es una prueba irrefutable.